Los trompos que siempre tenía eran de madera, algunos amigos los compraba de plástico, pero para mí la madera al ser pesada giraba mejor y lo podía montar en mi mano más fácilmente. Mis hermanos cuando fueron creciendo siempre querían que les prestara mis trompos, pero después se dieron cuenta que es mejor bailar nuestro propio trompo y no uno ajeno, uno aprende a cuidar los juguetes y a valorarlos, eso repercute en nuestra vida, el sentido de pertenencia. El detalle es que en cualquier parte podemos poner a bailar nuestro trompo, siempre y cuando el terreno esté despejado, los mismos adultos se ponen a observar lo que hacemos recordando cuando era pequeños.