Desperté sintiendo el peso de varias personas sobre mí. Se me hacía muy difícil moverme rodeado de tanta gente haciendo lo mismo, cada una colocada en las posiciones más inverosímiles. Comencé a orientarme en medio de la penumbra y la cercanía de tantos cuerpos, escuchaba gritos, quejidos, llamados e intentos por respirar provenientes de todo sitio. Moverse era hundirme cada vez más en una piscina de cuerpos, brazos, piernas.

Tanteando a través de ese muro de cuerpos, logré asir algo que al tacto parecía una cuerda, estaba tensa. Me impulsé reptando sobre varias personas para acercarme a la cuerda hasta tenerla justo en mi cara. Me inundó en pánico, la cuerda formaba parte de una red. Logré sacar una mano a través de uno de los espacios la red y me abracé con ambos brazos hacia afuera afincándome en alguien. Pude asirme con pies y manos a la red y me esforcé en ir hacia arriba.

En el intento, sentí el sabor de la mezcla de lágrimas, sudor y sangre. En ese momento pensé: Ojalá sea la mía, no quiero estar probando la sangre de otros. Mi visión se fue ampliando hasta percibir un enorme bulto encima de la maraña de personas que nos encontrábamos atrapados en esa red. Y hacia el fondo lo que parecia ser una enorme fogata.

Los recuerdos llegaron de inmediato: —Corran, corran… — decían los gritos del niño, que en su desespero nos avisaba que el gigante de la cueva había salido a cosechar que comer. Las fuerzas me abandonaron al entrar en la certeza de que esa noche terminaría siendo la cena de ese monstruo.