Mejor que arder (Clarice Lispector)

in hive-188619 •  4 years ago 

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Escritoras

Revisaba la lista de los escritores incluidos en este blog y ninguna mujer había aparecido. Me llamó la atención ya que intenté ser tan incluyente como ha sido posible. También han hecho falta escritores anteriores al siglo XIX, una falta que será corregida conforme pase el tiempo. La segunda la corregiremos el día de hoy, a propósito de recordar a una autora por la que tengo especial afecto.

A lo largo de la historia de la literatura sin duda hay muchas escritoras importantes. Siempre es importante decir que en general los académicos de la literatura no son muy cuidadosos por valorar el trabajo de las autoras, por no hablar de que la sociedad se ha dedicado durante siglos en relegar su papel en la sociedad y proscribir su éxito si acaso no se apegaban a las normas sociales. Todavía en la Francia de la posguerra sufría Simone de Beauvoir sufría de estos prejuicios y no se deshacía del todo de sus costumbres heredadas por el molde social. Y probablemente no hemos todavía roto por completo con esos moldes que han regido la civilización por milenios y han mantenido la opresión y la violencia como patrones de vidas de los que no hemos podido desprendernos.

Como es natural este ha sido un tema constante en la literatura abordada por mujeres, aunque no siempre se ha enarbolado la óptica femenina cuando una autora toma la pluma. Mary Shelley es recordada como la creadora de una novela trascendental pero no porque incluyera en la obra un tema en pro de la mujer, a diferencia de Virginia Woolf quien construye su obra alrededor del tema de la mujer y cómo construye su realidad alrededor de un mundo que constantemente la amenaza y la limita. Las ópticas son muy diferentes dependiendo del contexto social, desde Elena Garro hasta Ana Clavel, Emilia Pardo Bazán o Sei Shonagon, lo cierto es que la auténtica literatura no tiene nada que ver con el sexo, sino que desde la individualidad con cualquiera que sean sus características se construye el texto imprimiendo el sello personal.

El día de hoy le dejo a la escritora brasileña Clarice Lispector, quien no necesita presentación y que con este texto uno puede darse cuenta de cómo la sensualidad y la gran belleza de sus imágenes caracterizan una obra que habla de lo fantástico de la vida cotidiana de un Brasil que vale la pena conocer.

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Mejor que arder (Clarice Lispector)

Era alta, fuerte, con mucho cabello. La madre Clara tenía bozo oscuro y ojos profundos, negros.

Había entrado en el convento por imposición de la familia: querían verla amparada en el seno de Dios. Obedeció.

Cumplía sus obligaciones sin reclamar. Las obligaciones eran muchas. Y estaban los rezos. Rezaba con fervor.

Y se confesaba todos los días. Todos los días recibía la hostia blanca que se deshacía en la boca.

Pero empezó a cansarse de vivir sólo entre mujeres. Mujeres, mujeres, mujeres. Escogió a una amiga como confidente. Le dijo que no aguantaba más. La amiga le aconsejó:

-Mortifica el cuerpo.

Comenzó a dormir en la losa fría. Y se fustigaba con el cilicio. De nada servía. Le daban fuertes gripas, quedaba toda arañada.

Se confesó con el padre. Él le mandó que siguiera mortificándose. Ella continuó.

Pero a la hora en que el padre le tocaba la boca para darle la hostia se tenía que controlar para no morder la mano del padre. Éste percibía, pero nada decía. Había entre ambos un pacto mudo. Ambos se mortificaban.

No podía ver más el cuerpo casi desnudo de Cristo.

La madre Clara era hija de portugueses y, secretamente, se rasuraba las piernas velludas. Si supieran, ay de ella. Le contó al padre. Se quedó pálido. Imaginó que sus piernas debían ser fuertes, bien torneadas.

Un día, a la hora de almuerzo, empezó a llorar. No le explicó la razón a nadie. Ni ella sabía por qué lloraba.

Y de ahí en adelante vivía llorando. A pesar de comer poco, engordaba. Y tenía ojeras moradas. Su voz, cuando cantaba en la iglesia, era de contralto.

Hasta que le dijo al padre en el confesionario:

-¡No aguanto más, juro que ya no aguanto más!

Él le dijo meditativo:

-Es mejor no casarse. Pero es mejor casarse que arder.

Pidió una audiencia con la superiora. La superiora la reprendió ferozmente. Pero la madre Clara se mantuvo firme: quería salirse del convento, quería encontrar a un hombre, quería casarse. La superiora le pidió que esperara un año más. Respondió que no podía, que tenía que ser ya.

Arregló su pequeño equipaje y salió. Se fue a vivir a un internado para señoritas.

Sus cabellos negros crecían en abundancia. Y parecía etérea, soñadora. Pagaba la pensión con el dinero que su familia le mandaba. La familia no se hacía el ánimo. Pero no podían dejarla morir de hambre.

Ella misma se hacía sus vestiditos de tela barata, en una máquina de coser que una joven del internado le prestaba. Los vestidos los usaba de manga larga, sin escote, debajo de la rodilla.

Y nada sucedía. Rezaba mucho para que algo bueno le sucediera. En forma de hombre.

Y sucedió realmente.

Fue a un bar a comprar una botella de agua. El dueño era un guapo portugués a quien le encantaron los modales discretos de Clara. No quiso que ella pagara el agua. Ella se sonrojó.

Pero volvió al día siguiente para comprar cocada. Tampoco pagó. El portugués, cuyo nombre era Antonio, se armó de valor y la invitó a ir al cine con él. Ella se rehusó.

Al día siguiente volvió para tomar un cafecito. Antonio le prometió que no la tocaría si iban al cine juntos. Aceptó.

Fueron a ver una película y no pusieron la más mínima atención. Durante la película estaban tomados de la mano.

Empezaron a encontrarse para dar largos paseos. Ella con sus cabellos negros. Él, de traje y corbata.

Entonces una noche él le dijo:

-Soy rico, el bar deja bastante dinero para podernos casar ¿Quieres?

-Sí -le respondió grave.

Se casaron por la iglesia y por lo civil. En la iglesia el que los casó fue el padre, quien le había dicho que era mejor casarse que arder. Pasaron la luna de miel en Lisboa. Antonio dejó el bar en manos del hermano.

Ella regresó embarazada, satisfecha y alegre.

Tuvieron cuatro hijos, todos hombres, todos con mucho cabello.

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Clarice Lispector, una escritora para la vida y las letras.

Excelente introducción y el cuento habla de esa liberación, de ese poder de determinación que tenemos las mujeres.