Mi refugio familiar: "Un espacio para vivir y soñar"

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Cuando estábamos aquí en el país la familia completa, en esos años en que nuestros hijos eran todavía adolescentes y les encantaba salir con sus padres cada vez que las circunstancias lo permitieran, teníamos por costumbre irnos a un hermoso lugar en el estado Sucre, denominado Hacienda Agroturística La verónica. En esos tiempos, mi hermano era el propietario del sitio, por esa razón, podíamos estar allí sin ninguna restricción, con toda la libertad del mundo.

En cada temporada que hubiese días libres, nos íbamos para allá, en carnaval, Semana Santa, agosto, y los primeros días del año, era siempre seguro que nos trasladáramos a esos hermosos parajes; pero también aprovechábamos de ir durante esos fines de semana en que se atravesaba un puente. A todos nos fascinaba pasar, por lo menos, una semana disfrutando de la naturaleza y ser protagonistas de esas experiencias que nos acercan a las vivencias tradicionales, a esas actividades que son muy difíciles de llevar en cabo en la ciudad.

La Verónica tenía una gran poza en la que podíamos sumergirnos en cualquier instante, en los alrededores había sembradíos de maíz, berenjenas, yuca, lechosas, cambures, auyamas y algunos otros vegetales comestibles. Nos sentíamos, por supuesto, privilegiados cuando nosotros mismos tomábamos esos productos de las matas y los preparábamos para cocinarlos en un fuego de leña que habíamos encendido en el suelo o en el rústico fogón que se encontraba allí. Eran unos momentos que nos servían para trabajar en equipo y para enseñarles a nuestros hijos algunas técnicas básicas para subsistir en esos ambientes.

Este lugar contaba con habitaciones provistas con cómodas camas y aires acondicionados, sin embargo, a ninguno nos gustaba dormir en esos cuartos; preferíamos colgar las hamacas en una enorme churuata para pasar la noche conversando, tocando algunos instrumentos y cantando, escudriñando en un cielo espectacular salpicado por completo de estrellas o cocinando de todo lo que se nos ocurriese, hasta que bien tarde el sueño nos vencía y cada quien se iba “apagando” en su hamaca, como solíamos decir en son de broma.

Mientras estábamos allí casi no nos preocupábamos por revisar los teléfonos porque siempre nos inventábamos algo para distraernos. En más de una ocasión, por ejemplo, nos dedicamos a elaborar algunos de esos dulces tradicionales que yo acostumbraba a comer en mi pueblo y quería que mis hijos los probaran. Hicimos buñuelos de yuca rociados con un sirop de papelón, harina de maíz cariaco endulzada, arroz con coco, conservas de batata (estas no quedaron muy buenas porque ninguno sabíamos cómo prepararlas) y turrones de guayaba…

Cada viaje a La Verónica fue una experiencia inolvidable para todos, porque representaba un cambio de ambiente, un sinfín de novedosas vivencias que nos aportaba conocimientos prácticos para disfrutar de la naturaleza, además de la tranquilidad y la unión de la familia, enfocada en un solo propósito: pasarla bien. Mi esposa y yo hemos vuelto en estos últimos tiempos a descansar y a visitar otros interesantes lugares que quedan cerca; aunque siempre echamos de menos a nuestros muchachos, nos consolamos pensando en que, algún día, estaremos allí de nuevo todos… y nuestros nietos también formarán parte de esos viajes tan especiales.

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Invito a los amigos:
@wyleska,
@zulay7059 y
@sol02

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_{Nota: Todas las imágenes pertenecen al autor y fueron tomadas con una cámara Sony, modelo: DSC-W180.}