_{Imagen propia, modificada en PowerPoint}

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Llevaba más de dos años estudiando en la universidad. Mi mejor amigo en esa época, con quien discutía y estudiaba todo cuanto surgía en clases, era el carupanero Reinaldo Rodríguez. Nunca descuidábamos nuestras obligaciones, casi todos los días resolvíamos ejercicios de las materias prácticas que cursábamos o íbamos a la biblioteca a investigar sobre aquellos temas que debíamos dominar en las asignaturas teóricas. Había tiempo también, por supuesto, para reunirnos con otros compañeros, ir al cine, a fiestas o realizar cualquier otra actividad divertida; pero ambos teníamos muy claro que lo primordial era nuestra carrera universitaria.

Estábamos orgullosos, complacidos, porque nuestras notas eran muy buenas y marchábamos casi sin tropiezos hacia la consecución de nuestra meta final: graduarnos sin perder tiempo. Una huelga de docentes universitarios, sin embargo, nos dejó repentinamente descolocados. Los profesores exigían urgentes mejoras salariales y, debido a que el gobierno no estaba dispuesto a cumplir con sus requerimientos, nadie sabía a ciencia cierta cuánto tiempo estarían las universidades públicas sin clases. A nosotros, los estudiantes, no nos quedaba más remedio que retirarnos hacia nuestros hogares y esperar el desenlace del conflicto.

Fue en esos momentos de incertidumbre que el amigo Reinaldo decidió irse a trabajar con un tío suyo que poseía un barco pesquero. Cuando me comunicó la noticia, yo no lo podía creer. ¿Qué vas a hacer si esta huelga termina rápido y llaman a clase pronto? ¿Vas a abandonar tu carrera? Si ese barco se encuentra en aguas internacionales, no podrás regresar a tiempo a retomar el semestre… Todo eso le dije para hacerlo entrar en razón, pero solo me respondió que se ganaba muy buen dinero en esos viajes de pesca. Y a continuación me pidió con inusitado interés que me sumara yo también a esos planes laborales.

Intentó, en realidad, convencerme por todos los medios para que lo acompañara en tales aventuras. Me aseguró que ya había hablado con su tío sobre mí, que después volveríamos a la universidad, pero ahora con suficiente plata para no pasar dificultades, que podríamos hacer ese primer viaje solo para probar y retirarnos en seguida si no nos convenía… una retahíla de argumentos que yo no escuché porque estaba consciente de que aquel paso arriesgaría mi permanencia en la educación superior y, por ende, mi propósito de ser un profesional universitario.

Reinaldo, tal como lo sospechaba, nunca más volvió a las aulas de clase. Quince años más tarde lo volví a ver en la Universidad de Oriente. Para ese momento, yo me desempeñaba como docente de esa institución y él pasó por allí a dejar una sobrina que estudiaba medicina. Me vio de lejos y se bajó de una camioneta espectacular a saludarme. Me dijo, sin reproches ni pedanterías, con la misma actitud de aquellos tiempos de estudiantes, que desde aquel primer viaje al que yo no quise ir comenzó a comprender el negocio y, en la actualidad, era el dueño de tres barcos pesqueros que le proporcionaban inmensas ganancias…

En aquellos instantes, no se me ocurrió jamás lamentarme de aquella decisión que tomé en el pasado, porque en ese tiempo en que volví a encontrarme con el entonces acaudalado Reinaldo, un profesor universitario devengaba un salario que le permitía vivir muy bien, sin apuros económicos. Yo no era millonario, por supuesto, pero me sentía orgulloso de mi profesión y de todos los beneficios que tenía. Hoy, en cambio, cuando un docente que se desempeña en la educación superior devenga un salario tan insignificante, sí me he puesto a pensar, de vez en cuando, qué habría pasado si le hubiese hecho caso a mi amigo. ¿Tendré a estas alturas de la vida la posibilidad de alistarme en un barco pesquero?
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Invito a los amigos:
@norat23,
@lanegra2804 y
@noelisdc

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_{Nota: Las imágenes que no están referenciadas con su fuente pertenecen al autor y fueron tomadas con una cámara Sony, modelo: DSC-W180.}