Querido padre, desde que te fuiste a una vida mejor, no había tenido la oportunidad de hablar nuevamente contigo. A veces me he acordado de ti y de los momentos felices que pasaba a tu lado. Siempre guardo los recuerdos cuando estabas vivo. Eras un hombre bastante inquieto. Después de trabajar duramente en la agricultura, sembrando todas clases de granos y verduras para tener los alimentos y cubrir las necesidades de la familia, te bañabas comías, y reposabas un rato en la hamaca debajo de los árboles.

Nos distes un buen ejemplo. Éramos 10 muchachos, 8 hembras y 2 varones. No dejaste descansar a mamá, siempre estaba embarazada y todos los años paría. En los pocos momentos que recuerdo, cada vez que venía un hijo al mundo para ti, era una algarabía. Humildemente invitabas a la familia a que nos acompañará esos días. Contratabas a una señora para que cuidara de mamá y otra se encargara de la cocina. Pasábamos una semana comiendo sancocho de gallinas criollas, de las que teníamos en el patio de la casa, con todos tipos de verduras. Todo esto para que mamá estuviera doblemente feliz con el ser que trajo al mundo, comida y rodeada de familia.