Las leyendas de mi pueblo, son tan fantásticas, me encanta escribirlas, para mí representan mucho y me hacen sentir cerca de mi Cocorote. Estos cuentos forman parte de la idiosincrasia de los pueblos venezolanos, no hacen parte de la historia oficial, pero la nutren y le da un atractivo más al pueblo. La siguiente crónica, guarda relación a las costumbres ancestrales sobre el rito a la muerte, por lo que basado en algunos testimonios, hoy puedo traerles este aterrador cuento.
Transcurrían los últimos años de la década de 1960 y Cocorote aún tenía esquinas alumbradas por faroles y calles sin pavimento. Cuando caía la noche, todos se refugiaban en sus casas, las abuelitas prendían su velita a los Santos, para que protegiera de todo mal a su familia, en la sala, zaguán o en el lavadero, ubicaban su altar con una que otra imagen de un santo y la foto de al menos un difunto. Juan Rivas, quien era un veinteañero de esos fiesteros, quien decía no temerle a espantos y aparecidos, estaba a punto de llevarse el peor susto de su vida, su cuadra era muy oscura y cerca quedaba el antiguo cementerio, pero eso no le impedía seguir saliendo de parranda. Cierto día, una vecina de la casa de Juan, había caído en cama y estaba muy enferma, no tenía recuperación y solo quedaba esperar a que su corazón dejara de latir; ya en las esquinas de la cuadra del Barrio Caja de Agua de Cocorote, se decía que la pavita andaba cantando y que pronto doña Mercedes se la llevaba la pelona, mientras que Eleuterio se santiguaba, la pavita anunciaba embarazo cerca y él andaba de rochelita con la hija de doña Gloria, quien era la bruja ensalmadora de la cuadra. El rumor de la pavita, cada día se iba regando, ya había llegado hasta los oídos del cura de la parroquia.
En una de esas noches calurosas, donde ninguna brisa mueve una hoja de un árbol y solo se escucha el sapito de jardín, Juan decidió salir a una tasquita que quedaba cerca de la av Bolívar, pero esa noche el bar cerró a las 12:30 am y Juan no había tomado casi, por lo que bueno y sano, emprendió la subida hasta su casa.
Faltando unas cuadras para llegar a su hogar, Juan ve a unas personas a lo lejos, muy cerca de su casa, por lo que pensó que ya doña Meche, había muerto. Avanzó más rápido, quería llegar pronto a su casa, pero se dio cuenta que un grupo de personas vestidas de negro, algunos cargando un ataúd y otros con velas en las manos que alumbraban sus caras de esqueleto, venían hacía él, asustado se detuvo y sin pronunciar ni una palabra, observaba como las calaveras danzaban con suaves pasos, meneando la urna apuntando a donde doña Meche. Aquella escena espectral y fantasmal, la estaba presenciando Juan, pero otros vecinos al asomarse a la ventana, vieron como Juan estaba en medio de la calle, mirando fijamente al frente, curiosos los vecinos salieron a ver que pasaba y su sorpresa era que el entierro de calaveras, venía por el alma de Meche, tomaron de las manos a Juan y lo metieron a la casa, para que pasara el trance de aquella diabólica escena, asomados a la ventana, vieron como el entierro pasaba lentamente y los hombres parecían levitar, al cabo de unos minutos, doña Meche había caído en sueño profundo y eterno.
Así como Juan y los otros vecinos, muchas personas más han dicho haber visto a ese extraño grupo de esqueletos, vestidos de negro, cargando un ataúd. Se dice que cuando alguna persona estaba por fallecer, ese fantasmal grupo, trascendía del más allá y llegaba al plano terrenal a buscar otra alma, unos llegaron a verlos muy cerca del Cementerio Municipal, otros subiendo por la calle El Castaño o por el Calvario, pero lo cierto es que este entierro fantasmal, no venía a nada bueno. Otros han comentado, que aún aparece por los lados de Banco Obrero.
Autor: Daniel Navarro Petit
