"Hola, ya llegué. ¡Todo está bien!"

Ya había llorado lo suficiente sin saber porqué...
Los días antes de la visita todo me molestaba, para mí todos eran temas sensibles: mi pasado, mi miedo a no ser capaz de hacerme rica trabajando en lo que me gusta, mis análisis ligeramente feministas y el odioso spanglish de la gente de mi gremio.

Días después lo entendí todo: la visita mensual. Esa que con llegar te alegra la vida porque te recuerda que, por esta vez, no estás embarazada, pero te destruye con sus cuchilladas.

Digo cuchilladas por hacer referencia a algo que se supone debería doler, pero la sensación de este alivio ante una indeseada concepción es todo lo horrible que puedes sentir.

No duele, tampoco arde... Es la combinación de los dos, es una molestia que se apodera de tus senos, caderas, piernas, vientre y, por supuesto, estado mental y emocional -tranquila, van a creer que estás loca-. Eso sin mencionar que te hace sentir gorda, fea, jevita (sensible), mala con la gente y amante de la vida, es como si te cayeran a golpes pero sin los hematomas posteriores, quieres vomitar el alma pero también comerte el mundo -y a tu mundo 😈-, y si tenías planeado usar pantalón blanco, olvídate de eso.

¡Dios Santo! Es como si quisieras sacarte el útero, guardarlo en una cajita roja con el interior de terciopelo rojo y dejarlo ahí como por... lo que dure la visita. Pero no, #IsNotThatSimple -aquí estoy haciendo lo que odio, metiendo el spanglish-.

Llorar no resolverá nada, porque igual sentirás las cuchilladas en tu vientre; unas verticales, otras horizontales. No querrás salir de tu casa, pero si no lo haces todo será peor. Y de paso, recordarás lo estúpida que fuiste los días anteriores llorando y molestándote sin sentido; puedes ir y pedir disculpas o puedes fingir demencia porque sabes que todos los meses seguirás siendo una perra sensible.

En fin, la vida es así. Es mejor tener la visita y no necesitarla, que necesitarla y no tenerla -seguro has escuchado esto antes pero con otras palabras-. Después de unos días pasará, todo estará bien, podrás ser la dueña de tu vida -y tus outfits-. Del resto, solo queda esperar a que se cumpla el ciclo y de nuevo la recibas. Como siempre, ella llegará y te dirá: "Hola, ya llegué. ¡Todo está bien, no estás embarazada".