La inteligencia artificial (IA) es una tecnología que busca imitar la inteligencia humana para realizar tareas y mejorar con la información que recopila. Entre sus aplicaciones se encuentran el procesamiento de lenguaje natural, la robótica, los sistemas de apoyo a la decisión o la restauración del habla. Sin embargo, ¿podría la IA llegar a leer nuestros pensamientos y convertirlos en texto o acciones?
Un equipo de la Universidad de Texas ha desarrollado un decodificador basado en IA que puede hacer precisamente eso: traducir la actividad cerebral en un flujo continuo de texto. El sistema funciona a partir de escaneos fMRI, que miden el flujo sanguíneo en el cerebro y reflejan las áreas que se activan cuando pensamos o imaginamos algo. El decodificador utiliza un modelo de lenguaje similar al de ChatGPT para generar textos que se aproximan al significado de los pensamientos.
Los investigadores han demostrado que el decodificador puede reconstruir lo que pensaban los voluntarios mientras escuchaban o imaginaban una historia, e incluso lo que veían en un video silencioso. El sistema no produce las palabras exactas, sino la esencia de lo que se piensa. Según los autores, este es un avance sin precedentes en el campo de la interfaz cerebro-ordenador, ya que no requiere de implantes quirúrgicos ni se limita a palabras o frases cortas.
Sin embargo, este tipo de tecnología también plantea una serie de interrogantes éticos y sociales. ¿Qué implicaciones tendría para la privacidad y la seguridad de las personas? ¿Quién tendría acceso a los datos cerebrales y con qué fines? ¿Qué riesgos habría de manipulación o mal uso de la información? ¿Qué límites legales y morales deberían establecerse para regular el uso de la IA que lee la mente?
Estas preguntas no tienen respuestas fáciles ni unívocas, sino que requieren un debate abierto y participativo entre todos los sectores de la sociedad. La IA que lee la mente podría tener beneficios potenciales para la comunicación, la educación, la salud o el entretenimiento, pero también podría suponer una amenaza para la libertad, la dignidad y el bienestar de las personas. Por eso, es nuestra responsabilidad usarla de manera correcta y responsable, respetando los valores éticos y los principios democráticos que nos definen como sociedad.