Me debato entre la rabia y la tristeza, y no quiero estar triste, porque con la tristeza se me esfuman los sueños en la desesperanza, y aunque la rabia no es espiritual ni físicamente sana, significa descontento, no aceptar lo que sucede, es rebelarse, es decir con emoción no me la calo, es decirle uno mismo al corazón.
Un buen día tomé conciencia de mi gentilicio y me sentí contento de dar la bienvenida a un continente, me sentí orgulloso de mi historia, de poseer sangre libertaria, me vanagloriaba de mi idiosincrasia, miraba al cielo y agradecía a Dios por ser de gente buena.
Hoy tengo una patria maltratada, escribiendo historias que no agradan, a gente escondiendo un corazón bajo un disfraz de angustia y de desesperanza el antifaz; bajo un nombre cambiado con costumbres extrañas.
Hurgo en mi conciencia igual que entonces mis orígenes, y allí está mi gentilicio, sigue intacto, algo borrado por el polvo y el descuido, sigo con el VENEZOLANO de adjetivo, con todas sus cosas buenas hibernando; obligado estoy a despertar mi esencia, EN AVIVAR mis sentimientos buenos y el amor por Dios y VENEZUELA. SEÑOR, por tu amor, por mis hermanos y por mí; hazme ser merecedor del GENTILICIO.
Anhelar el cambio que queremos, visualizar las metas y aspiraciones de un nuevo orden, de un sistema más justo, con objetivos claros de progreso colectivo, cambiar el curso de descenso a las cavernas en jurásicos vehículos ideológicos, percibir el presente púrpura como un anacrónico pasado, nos inspira a la lucha, a la resistencia, a liberar la esperanza, a detener la jauría de depredadores sociales, de asesinos de ilusiones, que conducen al país a un holocausto de sueños.
