Cómo me hice lector

in lectura •  7 years ago 

Yo nací en una casa habitada por la pobreza, el amor y los libros: en la sala, en la cocina, en el baño, en las habitaciones, en todas partes había libros. Hay una historia que siempre cuenta mi mamá: cuando yo tenía 3 años me sentaba en la escalera de la entrada de mi casa con un gran libro a “leer” la Caperucita Roja, pero la verdad es que aún no sabía hacerlo, me sabía el cuento de memoria, tan bien, que quien me viera decía pero miren tan chiquita y ya sabe leer. Los niños del barrio, más grandes que yo, le preguntaban a mi mamá con su acento gocho “señora, ella sabe leer?” y así la situación fue muy graciosa durante un buen tiempo. Mi papá cuenta con orgullo que a mi edad de cinco años salía conmigo al centro de Valencia, en navidad, y en lugar de hacer como los demás niños, que miraban y gritaban en las tiendas de juguetes, yo me emocionaba con la vitrina de una librería que había en la calle Rondón, al lado del Bazar Japonés, veía los libros y gritaba emocionada: ¡Papá, mira estos libros! Y la gente me miraba sorprendida, y no era para menos.
Mi amor por la lectura nació en el regazo de mis padres, ávidos lectores que siempre me contaban cuentos, me compraban libros y me incentivaron el amor por la lectura.
Recuerdo complacida aquella colección amarilla pálida que aún conservo, y con la cual leen ahora mis hijos, Mi libro encantado. Eran 12 tomos que contenían todo tipo de historias, desde nanas de cuna, adivinanzas y retahílas, hasta historia de nuestros más grandes héroes. No olvido que mi favorito era el número 3. Aún lo abro y puedo observar con admiración aquellos dibujos que en mi tierna edad me hicieron tan feliz y alimentaron mi imaginación.
De Mi libro encantado pasé a leer a la niña más contestataria de Argentina, Mafalda. Contaba las horas esperando a que mi mamá llegara con aquel anhelado librito. Cada mes uno nuevo. Con las Mafaldas enseñé a leer a mi hermano menor quien en lugar de leer “que” decía oue por su desconocimiento de la Q. Años más tarde pude entender que no eran los b e a t l e s así como suena sino Los Beatles, los melenudos de Liverpool. También conservo algunas de esas Mafaldas y ya las heredaron mis dos hijos.
En mis viajes vacacionales a El Tigre, donde vivía mi abuela paterna, paseaba mis ojos por una enciclopedia verde que estaba en el estante del comedor. Mi favorito era el de fotografía y el de bricolage, cada vacación leía aquellos libros como si fuera la primera vez. Mi tía coleccionaba Memin Penguin y eso, señores, también era muy entretenido!De ese pueblo petrolero me traje “prestado” para nunca devolver, Odas Elementales de Pablo Neruda, era un regalo de mi papá para mi tía Isabel y es bueno haberlo hecho porque es lo único que conservo de ella ahora que ya casi emprende el vuelo hacia otros paisajes. Era un regalo hermoso más por la dedicatoria que por el libro en sí. Me alegra haber pasado tanto tiempo sumergida en esas páginas porque ellas me hicieron la mujer que soy hoy.
Ya adolescente recibía constantemente libros como regalos de mi papá, quien nos decía a mi hermano y a mí en los cumpleaños, mientras nos daba de regalo un libro: aquí está el regalo espiritual, luego nos daría el regalo material. Aún conservo aquel libro de tapa marrón oscura con todos los cuentos infantiles de Hans Christian Andersen que me obsequió en mi cumpleaños número 12. Ya en esa época de los 90 me apasionaba la poesía, era una muchacha nostálgica que torpemente escribía algunas rimas. Mi primer poemario fue el de Vicente Gerbasi, una antología donde por supuesto estaba Mi padre el inmigrante, Gerbasi fue mi poeta venezolano favorito hasta que conocí al Chino Valera Mora, ya ahí no hubo más contrincantes. En mis fantasías, acompañada de la música de Serenata Guayanesa, pude sentarme a la mesa con Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Andrés Eloy Blanco, con Aquiles Nazoa (en la casa había… bueno hay, porque aún existe un gran libro rojo del Humor y Amor de Aquiles), y otra gran cantidad de autores que con sus letras sembraron en mí el amor por la lectura y debo decir que también por la escritura.

De niños tal vez no nos damos cuenta de cuánto nos influencian todas esas lecturas. Siempre vi a mis padres leyendo, a mi abuela. Esos regalos se volvieron tan eternos que aún permanecen en mi biblioteca y a ellos asisto de vez en cuando por una palabra que traiga a la memoria a aquella niña que se sienta en la escalera con un libro sobre sus piernas y a la muchacha que aún se acuesta a leer a García Márquez en su cama con su afiche de Chayanne colgado en la pared, pero recorriendo los caminos de Macondo mientras le revolotean mariposas amarillas alrededor.

Imagen: wallpaperwide.com

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