Cuando tenía quince años iba en el carro con mi madre, mi padre y mis dos hermanos fernando y victor, íbamos a pasar unas vacaciones en casa de la abuela en Ciudad Bolívar, íbamos todos los veranos, eran los días más felices de mi vida, corríamos en la hacienda por todos lados, comíamos toda clase de frutas, salidas al río y todas las cosas que se pueden hacer en vacaciones. Un día íbamos de camino y había una cola en la autopista, al parecer un accidente. Luego de casi 3 horas en la vía pudimos ver lo que había pasado: un camión de carga había chocado un carro pequeño, un spark plateado, en el iban un mujer de 35 años de edad y un niño de 6 años. La mujer afuera recibía los primeros auxilios lloraba desconsoladamente y gritaba una y otra vez: Daniel! Daniel! Noo, Dioss porque? Yo y mis hermanos estábamos impactados de ver a la mujer llorando y de como se llevaban a su hijo en una bolsa negra, la cual el para-medico con un aire de frialdad cerro sin más. En ese momento a mi mente venían tantas cosas, solo podía pensar en mi madre. Padre y mis hermanos. Estar sin ellos hasta el resto de mi vida tan solo con el recuerdo de sus rostros en mi memoria. El dolor de la perdida de un ser amado es un vacío en tu interior, el la sensación de vulnerabilidad, de imaginarte tu vida sin esa persona. Es duro. Luego ya de tener 26 años y ser el mayor de mis hermanos mi padre, fallece en esa misma carretera, llovía en ese momento y cayo por un risco. Mi madre y mis hermanos lloraban desconsoladamente y yo solo miraba al piso, no derrame ni una lágrima, recuerdo que mi madre me decía: Como puedes ser tan frió. No era frialdad, simplemente no podía llorar. Ahora alzo la vista al horizonte y puedo ver un punto fijo que abarca toda mi atención y que si acaso me es arrebatado, debo dejarlo ir.
Camino hacia el horizonte
6 years ago by aaron2017 (31)