Era una noche fría, de esas que hace mucho no sentía. El aire cavaba en su piel hasta alcanzar sus huesos y sus órganos internos por momentos sufrían espasmos. Ya no estaba solo, la cruel soledad habría llegado de visita a esa habitación oscura junto al frío y la niebla que, aparte de nublar sus ojos, no permitía ver a su alma.
Y ahí, en medio de un suspiro dejó caer una lágrima, la cual mientras rodaba por sus mejillas quemaba sus poros, uno a uno. Fue entonces cuando, colocando ambas manos sobre sus piernas y mirando al cielo por la ventana, dejó salir un grito, un grito que nadie escuchaba pero que se sintió hasta la habitación lejana de la casa más próxima, a 5 kilómetros, donde ella intentaba reposar diciéndose constantemente:
- No llores más, no sirve de nada, él no te quiere.
Mientras, como flor marchita, sentía que caían uno a uno sus pétalos, que no eran otra cosa que sus “te quiero”, esos que la ahogaban y se sentía vacía, como nunca antes… VACÍA.
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