Las olas.

Hace tiempo que no escribo, y me pareció buena idea declarar mi regreso con algo tan místico como las olas.

¿A que es una linda forma de volver?

Existen muchas leyendas sobre el mar y sus rítmicas olas. Una de las más típicas, es que las olas fueron creadas por los chapoteos de los amores perdidos. Pero yo siempre he creído que las olas son mucho más que una creación cursi de dos personas que luchan por estar juntas de nuevo. No creo que sea algo completamente ridículo, una de mis palaras favoritas a la hora de criticar, pero me parece una teoría ilógica.

Para mí las olas son algo mucho más complicado que una historia de amor. Yo creo que las olas son la parte más salvaje y brutal del mar, pero no en un mal sentido. Lo sé, no es fácil de entender, pero se los explicaré más adelante. No se asusten, ya comprenderán todo, con un poco de mi humilde ayuda.

Llegar a esta conclusión a la gran mayoría les costaría gran parte del tiempo de su vida, a otros, un par de minutos pensándolo y analizando la incógnita. Vamos al punto de esta publicación, va llegando la hora.

Siempre he creído que las olas son la única forma que tiene el mar, el océano, el agua, cómo quieran decirle, para liberar todos sus demonios y todo aquel salvajismo reprimido con el que contamos los humanos, animales y todo ser viviente.

Pero a diferencia de nosotros, el mar tiene todo el derecho de ser salvaje sin ser juzgado.

Cada vez que veo a las olas romper y azotar con crueldad a las rocas de la orilla, siento que se burlan de mí. Las olas tienen toda la libertad de mostrarse tal cómo son, sin tener miedo a ser reprimidas, juzgadas o controladas por la sociedad retrograda. Y siento que me restriegan su libertad en la cara, al demostrar toda su belleza.

Las olas son feroces, salvajes, bestiales, terribles y crueles. Pero, al fin y al cabo, son libres y hermosas.

¿Se puede pedir algo más?