La obesidad infantil se ha convertido en una preocupación de salud pública de proporciones alarmantes en todo el mundo.
Este fenómeno no solo afecta la salud física de los niños, sino que también tiene repercusiones significativas en su bienestar emocional, su desarrollo académico y su calidad de vida en general. Es hora de abordar esta epidemia silenciosa con determinación y acciones concretas.
En los últimos años, las tasas de obesidad infantil han aumentado de manera constante en muchos países, alcanzando niveles preocupantes. La obesidad infantil se define como tener un índice de masa corporal (IMC) por encima del percentil 95 para la edad y el sexo del niño, y se asocia con un mayor riesgo de desarrollar enfermedades crónicas como la diabetes tipo 2, enfermedades cardíacas y trastornos metabólicos, así como problemas psicosociales como la baja autoestima y la depresión.
¿Qué está impulsando esta crisis de obesidad infantil? Hay una serie de factores interrelacionados en juego, que van desde la disponibilidad de alimentos poco saludables y la publicidad dirigida a los niños hasta la disminución de la actividad física y los cambios en los estilos de vida familiares. La globalización y la urbanización han llevado a un aumento en el consumo de alimentos procesados, ricos en grasas, azúcares y calorías vacías, mientras que la tecnología y la urbanización han reducido el tiempo que los niños pasan al aire libre y activos.