Todos lo sabemos: no hace falta tener la muñeca más “bárbiera” de la tienda, ni el iPad más “retinoso”, ni el dron de juguete más profesional del mercado. Lo que nuestros hijos más disfrutan es de nuestro tiempo, o mejor dicho, de nuestro tiempo de calidad.
El sábado pasado se presentaba apacible. Eran las 10 de la mañana y estaba en casa con mi pequeña hija Carmen. Tiene 5 años y como prefiero preservar su identidad, no pondré su foto. Además, así tampoco me acusaréis de que chuleo de hija guapa, pues es una preciosidad.
Le dije: “Carmen, te invito a desayunar churros con chocolate”. Lo de los churros merece un post aparte, pero por si acaso, aquí os pongo una muestra:
Se vistió como un rayo y salimos en busca de esos churros.
Al cabo de un rato ya estábamos sentados en una bonita mesa de mármol. Una mesa de esas que son en realidad sumideros del poco calor humano que nos queda y que se escapa cuando apoyamos en ellas nuestros antebrazos desnudos. Mientras desayunábamos (yo por segunda vez, y así me va), cogí el periódico del día y le señalé una foto: “¿Quién es este?”, le dije. Me contestó sin dudarlo: “el presidente de Estados Unidos”. Efectivamente, era Donald Trump, y mientras me daba la risa y me preguntaba a mí mismo si la estaría educando bien, me señaló otra foto y me dijo: “y este es Rajoy, el presidente de Madrid”. Como os digo, para comérsela.
Después, sin que yo pudiera evitarlo, vio la fotografía del diestro Javier Jiménez mientras era gravemente corneado en la plaza de toros de Las Ventas. Sin nadie que saliera al quite, tuve que ingeniármelas como pude para darle la mínima información necesaria, aunque como es chica lista, no se conformó con mis evasivas.
Salimos a la calle y hacía un día espléndido. Fuimos paseando un buen rato hasta llegar al Parque del Oeste. Yo quería llevarla hasta las zonas más inhóspitas del parque, donde no se pudieran ver edificios al fondo ni donde se oyese el rugir humeante de la ciudad. Le dije que éramos exploradores y que nos adentrábamos cada vez más en el bosque. Su cara de emoción era indescriptible. Buscamos unas ramas por el suelo, y nos hicimos unos cayados con los que nos ayudábamos al subir por las pendientes de hierba verde resbaladiza.
Había unos cedros cuyas ramas caían hasta tocar el suelo, haciendo el efecto de tiendas de campaña naturales. Cuando le comenté a Carmen que si llegaba la noche podríamos acurrucarnos ahí para pasar la noche, la mezcla de miedo, emoción y curiosidad era un cóctel que la dejaba “imaginante”, palabra no existe en el Diccionario de la Real Academia Española y que quizás sea un buen síntoma de todo lo demás que nos está pasando. Evidentemente no se me pasaba por la cabeza el quedarme allí a dormir, pero debía sonar convincente en mi interpretación, y eso era parte del juego.
Lo que no esperaba era que al pasear por una zona sombría, sería yo quien sufriera ese latigazo de emoción. Vi que había por el suelo bolígrafos y lápices desperdigados que hacían un caminito a modo de Pulgarcito hasta llegar a un arbusto de mediana altura. Debajo de ese arbusto había una oquedad formada por los arcos de las ramas que se enzarzaban en una pelea eterna por ver cuál llegaba más lejos. Agachado en cuclillas, podía ver que se adivinaba como un bulto semienterrado en la hojarasca:
- “Joé con la aventura”, pensé yo. “A ver qué me encuentro yo aquí ahora”.
A medida que mis pupilas se dilataban, vi que el bulto no era un cuerpo en descomposición, ni cosas peores que se me vinieron a la cabeza. Había restos de ropa, así como dos bolsas con material escolar. Con precaución, y usando el palo que llevaba en las manos, comprobé que no hubiera ninguna culebra, ni escorpiones, ni un nido de avispas, ni nada así entre todo ese material. Lo saqué fuera y vi que en las bolsas había dos calculadoras científicas, más material escolar, así como unas llaves, gafas, y un abono transporte donde se podía ver la fotografía y el nombre de una de las dueñas:
Carmen veía que algo estaba pasando, y le dije que como éramos exploradores, habíamos encontrado un tesoro secreto. Un cuaderno llevaba por título: “Poemario de …”, pero en su interior sólo había hojas en blanco. Es fácil quedarse en blanco cuando el nivel de autoexigencia no se deja reblandecer.
Guardamos todo lo que habíamos encontrado y le dije a Carmen: “Ahora, como somos exploradores y detectives, tenemos que llevar esto a la policía para que se lo devuelvan a los dueños”. Aunque era tarde, la ración de churros de la mañana había sido contundente por lo que Carmen podía aguantar un buen rato más sin comer.
Antes de salir del parque, pasamos por la zona donde hay unos bunkers de la guerra civil. Eso también daba para unas cuantas historias, así como las urracas que nos acompañaron mientras caminábamos entre margaritas y se nos polinizaban los empeines de nuestros asustados zapatos.
Después de un largo rato, llegamos a la Comisaría y entregamos las bolsas al policía que nos atendió. Evidentemente le dejé a Carmen que le diera todas las explicaciones (pertinentes y accesorias) al policía, pues ella se acordaba de muchos más detalles que yo mismo. Para eso es joven y con esperanza.
Con delicada complicidad y simpatía el policía tomó nota y nos agradeció nuestra colaboración ciudadana. Ojalá sirva para que ese poemario se llene algún día de bellas estrofas, aunque creo que con la emoción, el cuaderno de tapas negras se quedó bajo aquel arbusto…el arbusto del crimen.
Menuda aventura!! Carmen se lo debió pasar en grande!!
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Totalmente, no para de contar la historia a todos los que se encuentra. Lo malo será no cubrir sus expectativas la próxima vez pues el listón está muy alto.
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No solo un ejemplo de narración con prosa exquisita (¿no será Ud. A.P. Reverte bajo seudónimo steemiano, que me han dicho que acecha?) sino de buen civismo.
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Acepto con agrado su cumplido,
pero advierta que de haber sido así,
más que a una hija fruto del frenesí,
a una nieta me habría referido.
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¡Un sencillo paseo por el parque convertido en una preciosa historia!
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Puede ser que exista un post de igual o superior calidad literaria entre los que no me ha dado tiempo a leer, pero de los que yo he leído este es el mejor con creces. ¡Enhorabuena! Efectivamente, para comérsela después del chocolate como la más exquisita de las golosinas.
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Gracias por el ánimo.
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Novela ya!!! Gran post!!
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Jajaja, las novelas son inventadas y todo esto fue verdad, así que habrá que buscar inspiración escuchando buenos conciertos en Berlín.
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Hermoso 3
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Gracias por el comentario.
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Sí, en efecto, yo como hija agradezco inmensamente el tiempo que mis padres me dedican. Qué buena tarde le diste a tu hija!
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