Capítulo I
Corrían en el reloj las 7:43 de la noche del 12 de enero. La voz de la señora Ángeles vibraba imbuida en preocupación y sus manos temblaban mientras declaraba al denunciar amargamente la desaparición de su hija, Michelle.
Un día antes, Ángeles había pasado la madrugada esperando ansiosamente que su hija apareciera en la puerta de su casa, preparándose para descargar una lluvia de reprimendas y aplicar sobre Michelle un castigo adecuado por haberse escapado de su casa. Sin embargo, Michelle no cruzó su puerta esa noche y tampoco lo hizo durante el día.
Impulsada por su creciente angustia, Ángeles comenzó a llamar a todos los amigos de Michelle que conocía. Le tomó varias horas y decenas de llamadas conseguir al menos una pieza de información útil, pero finalmente encontró lo que buscaba: Camila, una amiga de Michelle desde que cursaban cuarto grado, sabía muy bien dónde había estado la hija de Ángeles, y le contó todo lo que sabía.
Luego de que Ángeles insistiera Camila acabó confesando lo que había sucedido la tarde anterior. Ella había hablado con Michelle y Sabrina Meza, sus amigas más cercanas, al salir del liceo Luz Divina; donde estudiaban, y fue en esa conversación que Camila se enteró de que Sabrina y Michelle planeaban asistir esa noche al Club Goodwind.
Michelle había cumplido 16 años un mes antes. La desequilibrada carga hormonal que acompaña su edad, y el vacío emocional que derivaba de la ausencia de su padre fallecido, hacían al menos comprensible, aunque no justificable, su irresponsable comportamiento rebelde. No era la primera vez que Michelle decidía desobedecer a su madre y salir de fiesta con sus amigos, pero sí había sido la única vez que no regresaba a casa antes de que iniciara la mañana.
Tres días antes, Ángeles había regañado fuertemente a Michelle por sus calificaciones y le había quitado su celular en castigo. El rendimiento académico de Michelle estaba en su punto más bajo, al igual que su relación con su madre. Las discusiones abundaban en su casa desde unos meses antes, lo que hacía que Ángeles, tratando de imaginar el mejor escenario posible, pensara que su hija había planificado abandonar su casa.
Luego de que Ángeles culminará su relato, el Departamento Federal de Investigaciones (DFI) se puso en marcha de inmediato para iniciar la búsqueda de Michelle. El joven detective Josef Ochoa respondió su celular cuando el reloj casi alcanzaba a marcar las ocho en punto. El caso de la desaparición de Michelle Sosa le fue asignado, posiblemente de forma muy premeditada.
Josef Ochoa conocía bien las actividades del Club Goodwind, un club nocturno que permitía el ingreso de menores de edad y consumo de drogas con extrema ligereza. Realmente a nadie le importaba. El sistema estaba demasiado lleno de basura como para que eso fuese un delito castigable, pero una desaparición como la de Michelle era más de lo que la corrupción cada vez más creciente podía tolerar.
Josef había aprendido a hacer su trabajo sorteando los límites entre la ley, el orden y la corrupción. Josef entendía muy bien cómo navegar entre ese caos y salir ileso. En esa ciudad muchos tenían amigos con poder, y él carecía de alguno; pero sabía bien como ganar favores, aún cuando no se zabullía en las aguas negras cada vez más hediondas que inundaban la ciudad.
El dueño del Club Goodwind era uno de los peces pequeños, y si había que empezar a buscar en algún lugar era en ese club. Josef rribó allí a las 11:47 PM. El aroma a colitas y cigarrillos se percibía desde la entrada con la misma fuerza que la música.
Frente al club solo estaban los encargados de la seguridad custodiando la entrada: un hombre caucásico y corpulento que si tuviera cabello seguramente sería canoso, y un joven de rasgos nativos a quien le parecía natural usar una gorra casi a la medianoche. El hombre mayor se acercó a Ochoa. El gesto de mostrar la placa fue solo un guion que ambos conocían. Se midieron en miradas algunos segundos y Josef dijo la primera palabra. Aún con su tono amables dejaba implícita una amenaza sin declarar. Desafiar su rango no era una buena idea... El guardia de seguridad no tuvo más remedio que llamar al dueño del club de inmediato.
Luis Guerrero administraba el lugar por sí mismo, protegido por un pacto de no agresión con las autoridades federales a cambio de su cooperación. En el club goodwind las voces pueden ser valiosas para los de inteligencia. Luis ya conocía bien a Ochoa. Ambos tuvieron varios encuentros cuando Josef perteneció al Servicio Federal de Inteligencia.
Luis tenía un despacho privado desde dónde administraba el Club Goodwind. Las amplias ventanas de la habitación le permitían ver hacia el exterior, pero era imposible ver desde afuera lo que ocurría dentro. Luis vio venir a Josef mucho antes de llegara a la puerta y se apresuró a recibirlo. Ambos se abrazaron como un par de viejos amigos. Luis sudaba ron añejado. Josef respiraba residuos de nicotina. Ni siquiera se dieron cuenta de cuando se sentaron frente a frente, divagando en trivialidades antes de llegar al tema importante.
—Sé que no viniste a ver cómo me va en el negocio —dijo Luis al tomar un trago.
—Realmente no. Sabes muy bien lo que pienso de tu trabajo. Vengo por un caso que está relacionado con el club.
—¿Algo de lo que deba preocuparme? —preguntó Luis.
—No demasiado, al menos que estés involucrado en la desaparición —dijo Josef.
—¿Desaparición? ¿De qué hablas?
—Una joven menor de edad desapareció desde ayer, y aparentemente fue vista por última vez aquí. Se llama Michelle Sosa —dijo Josef, mostrando una foto de ella en su celular —¿Hay algo que me puedas decir de ella?
Luis vio la impactante belleza de Michelle en la pantalla. Ella tenía la piel del color del dulce de leche, labios como pétalos de claveles con la forma de la silueta de un ave volando en la lejanía, ojos grandes con las pestañas extendidas como palmeras, y un brillo natural tan intenso que sus pupilas parecían un cielo nocturno decorado por un par de estrellas. Su barbilla era como la punta de una hogaza de pan y sus mejillas redondeadas se hundian como la arena que cae marcando el tiempo en un reloj cuando dejaba ver su sonrisa.
—Es... muy... No lo sé, me parece conocida, pero no la reconozco del todo.
—Es posible que haya venido varias veces a este lugar. ¿Crees que puedes averiguar algo? -Preguntó Josef.
—No puedo llevar adelante un negocio como este llevando registros estrictos de todos los que vienen, pero siempre hay alguna forma de saber quién ha venido. Déjame buscar algunos de mis informantes.
—Eso sería muy útil —dijo Josef acariciando su barbilla —, pero necesito algo más.
—Dilo.
—Hasta ahora he asumido que ella decidió no volver a su casa, pero si existe una posibilidad de que esté secuestrada sabes que el Club dará de qué hablar. Tú no quieres eso, y yo no quiero verte en problemas. Quiero saber quién estuvo aquí el día de ayer. Quiero saber cada nombre de todos los que estuvieron aquí anoche.
—Eso es demasiado —bufó Luis—. No es tan fácil encontrar esa información sin recursos del Estado ¿lo sabías?
—Lo sé, pero también sé que para ti siempre hay algún modo. Siempre hay un modo contigo... Las fotografías pueden darme muy buenas pistas.
—Ay, Josef, también sé como trabajas. Una fotografía sirve más que una simple pista para ti —señaló Luis con una mirada burlona.
— Obviamente tengo mis métodos... ¿Sabes cómo obtenerlas?
—Hay un modo. En un club nocturno siempre hay gente tomándose selfies y suelen publicarlas en sus redes, y por la clase de actividades que se realizan acá tengo a una persona encargada de evitar que esas fotos lleguen demasiado lejos si pueden comprometerme.
—¿Acaso guardan esa información? —Josef sonrió.
—Con fecha y hora... Creo que tu computadora hará el resto del trabajo.
—Eso espero. Si concluyo rápido y encuentro a la chica puedo controlar la información. Mantendré este caso fuera del radar de la prensa, pero no será por mucho —Afirmó Josef.
—¿Con quién has hablado sobre el caso? —preguntó Luis luego de tomar un trago y arrugar su rostro.
—Hasta ahora solo contigo. Al parecer tienes a alguien cuidándote en el DFI; alguien por encima de mí que seguramente sabe que nos conocemos hace mucho.
— Eso sí es interesante... ¿acaso ya sabes quién es? —preguntó Luis.
—Lo intuyo, pero esperaba que tú me lo dijeras.
—Debo estar bien protegido. Sabes que no vivo solo de este negocio, pero debo decirte con sinceridad que no tengo ni idea de quién puede ser.
—Tal vez un favor debido, pero este tipo de cosas no son fáciles de manejar. Creo que es mejor que te retires pronto y hagas algo diferente, no siempre tendrás un padrino limpiando tus cagadas.
—Siempre he pensado que moriré joven. Haré lo que me plazca hasta entonces y disfrutaré de la vida que me he ganado —dijo Luis, antes tomarse un trago.
—Simplemente cuídate. Todo puede derrumbarse en cualquier momento.
Luis soltó una carcajada.
—¿Tú me pides a mí que me cuide?
—Sí, es irónico, lo sé, pero es que realmente no confío en tus contactos. No creo que estés seguro en tu entorno, ni me da buena espina quien quiera que te haya apadrinado en el departamento.
—Te dedicas a jugar al héroe mientras todos los demás juegan al villano. Tú vives realmente al límite...
—Alguien tiene que jugar ese rol —dijo Josef.
—Y tú harás ese sacrificio... por eso te respeto.
—Lo sé, y como lo sé también he ignorado tus negocios. Reconozco que a tu manera haces mayor bien que mal. Pero tú eres alguien inteligente y sabes que puedes hacerlo mejor.
—Mira lo que haremos: encuentra a esa chama. Si evitas que esto se salga de control entonces tomaré tu consejo.
—Eso no quiere decir que cambiarás de negocio —aseguró Josef.
—Tal vez no, pero posiblemente tendré más cuidado. Nunca se sabe cuando una puberta rebelde podría perderse al salir de tu club.
Capítulo II
El dectective Mario Hernández llamó a Josef Ochoa alrededor de las 12 AM del 13 de enero. cuando Josef constestó, la voz ronca de Mario le contó que había sido asignado para acompañarlo en la investigación sobre la desaparición de Michelle Sosa unos minutos antes.
Ambos, más que compañeros, eran buenos amigos. Desde que Josef ingresó al DFI ellos habían trabajado juntos en varios casos, y su labor era excepcionalmente eficiente. Mario tenía más edad y gozaba de mayor conocimiento, pero el extraordinario sentido de intuición que poseía Josef lo ponía a la par de Mario en sus habilidades como detective.
La desaparición de Michelle Sosa les recordaba a su primer caso juntos, y lo que había ocurrido entonces había marcado profundamente la vida de ambos. Cuando trabajas como detective es inevitable ser perseguido por tormentosos enigmas cuando un caso no es resuelto. La gran diferencia era que en esta ocasión tenían esperanzas de encontrar a la desaparecida con vida.
Mario y Josef acordaron continuar con la investigación la mañana siguiente, dispuestos a resolver el caso tan pronto como fuera necesario para resguardar la vida de Michelle. Josef había adelantado algo del trabajo al asistir al club Goodwind, pero todavía carecía de algún dato relevante para su investigación. Él necesitaban saber qué ocurrió esa noche, en especial lo que había Michelle antes de desaparecer.
A las 8:34 de la mañana Josef y Mario arribaron a la casa de Sabrina Meza, a solo dos calles del club Goodwind. Era ella la testigo más directa de las acciones de Michelle durante la noche de su desaparición y durante buena parte de su vida diaria. Edith Meza, la madre de Sabrina, recibió a los detectives y les invitó a entrar y tomar asiento.
Edith Llevaba un vestido de color rosado, una faja abrazando fuertemente su cintura y un gorro aprisionando su cabello. Mientras guiaba al los detectives hasta su sofá de cuero sintético, Edith Llamó a Sabrina y le pidió que también tomara asiento frente a los detectives, luego partió hacia la cocina con la intención de preparar café y buscar galletas en su despensa.
Sabrina poseía una piel aterciopelada, naturalmente pálida como la de su madre, pero la suya estaba tostada hasta tomar el color de las hojas de un libro viejo. Tenía el rostro redondeado y pómulos suaves como almohadones de plumas que daban descanso a algunos rizados mechones de sus cabellos dorados. Vio a los detectives sentarse frente a ella e intentó inútilmente disimular su nerviosismo.
Evidentemente, Sabrina nunca se había visto envuelta en una situación tan delicada, pero lo que más le afectaba en ese momento era el sentimiento de culpa que se acrecentaba en su conciencia. Ella amaba a Michelle como a una hermana, era la única persona en quien confiaba plenamente y a quien entendía tan bien como si compartieran sus pensamientos. Para Sabrina la ausencia de Michelle era cada vez un mayor tormento.
Sabrina clavaba sus uñas en sus muslos y miraba hacia el suelo como si analizara algo importante. Pensaba en Michelle y su personalidad extrovertida, y casi pudo escucharla por un momento susurandole:《marica, estamos jodidas》...
—Es un gusto conocerte —dijo Josef— ¿Supongo que ya sabes por qué estamos aquí.
—Lo sé —respondió Sabrina observándolo brevemente para luego devolver su atención al suelo.
— Esa noche ustedes estuvieron juntas en el Club Goodwind ¿es correcto?
— Sí.
—Cuéntame, ¿a qué hora viste a Michelle por última vez?
—Creo que iban a ser las nueve de la noche. Estabamos sentadas alrededor de la piscina. Todo era muy normal, yo tomaba un mojito y Michelle tomaba una cerveza. Luego de un rato me dijo que iría al baño, se levantó de la mesa y se alejó. Tras esperarla un largo rato me di cuenta de que debía volver a du casa, se le hacía tarde. El tiempo pasó y como no la veía decidí buscarla, pero no la encontré en ningún lado. Fue como si se desvaneciera.
—¿Crees que Michelle decidió irse sin avisarte?
—No, no lo creo. Ella no haría eso. Me había dicho que no se sentía del todo bien y que no sabía como regresar sin que su madre se diera cuenta de que escapó. Ella pensaba que ir fue una mala idea, así que creí que se había arrepentido y se fue a su casa, pero no lo entendía. Ella realmente no se comporta así.
—¿Habían otras personas acompañándolas?
—Sí, estaban Javier, Lucas y su hermano Jorge. Jorge es el DJ del club.
—¿Conoces bien a estos sujetos?
—Pues Javier y Lucas estudian con nosotras. A Jorge solo lo conocimos en el cumpleaños de Lucas en hace unos cuatro meses. Sé que Michelle hablaba mucho con él, pero yo no lo trataba tanto, aunque habíamos salido juntos últimamente.
—¿Sabes qué edades tienen ellos?
—Javier tiene 16 y Lucas cumplió 17 el año pasado, Jorge debe tener más de veinte años.
—¿Si hablara con estos chicos podrían confirmar tu historia?
— Seguramente. Javier estaba muy preocupado por Michelle anoche.
Uno de los detalles que se escapaban entre el relato de Sabrina es que Javier estaba totalmente enamorado de Michelle, pero nunca había tenido el valor para confesarlo. Javier era el mejor amigo de Lucas, ambos jugaban juntos en el equipo de fútbol de su liceo. Javi, como le decían, era el portero suplente. Esa era una posición muy poco favorable comparada con la de Lucas, quien había ascendido ya como el delantero nueve titular del equipo.
Michelle tenía una buena apreciación de Javi, él le parecía alguien noble, y habia ganado muy bien esa imagen. Trataba a las chicas con gran respeto y atenciones excepcionales, haciendo que ambas lo consideraran un buen amigo. Sabrina sabía sobre el amor inconfeso de Javi, pero lo guardó en secreto, esperando que fuera él quien tomara la iniciativa de revelar tan profundo sentimiento.
La señora Edith regresó a la sala con el cabello suelto, sirvió café a los detectives mientras ellos todavia conversaban con Sabrina. Ella se sentó a escucharlos y cruzó las piernas. Josef hizo una mueca al notar que la mujer no llevaba puesto un brasier y parecía sentirse cómoda con eso, y Mario más tarde señalaría que en realidad solo estaba cubierta por la delgada tela de su vestido.
Mario y Josef terminaron su cuestionario y se levantaron. Al salir por la puerta, Edith se acercó a ellos y los despidió con un par de delicados besos bien decorados por el dulce aroma de su perfume. Los detectives estuvieron a punto de abordar sus vehículos cuando Sabrina los detuvo. Josef se acercó a ella.
—Tal vez esto los ayude a encontrarla —dijo Sabrina al tomar la mano de Josef y entregarle su teléfono— Por favor, quiero ver a esa boba otra vez.
Las lágrimas lucharon para no caer de los ojos de Sabrina mientras los detectives la veían alejarse. Josef tomó el teléfono y se lo entregó a Mario.
—Esto tal vez facilite mucho —dijo Mario.
—Tengo el presentimiento de que ella sabe bien lo que encontraremos ahí —dijo Josef certeramente—, encargate de eso.
Michelle había pedido prestado el telefono a Sabrina el 10 de enero antes de ingresar al club Goodwind, dejando por su confianza y un sigular descuido acceso libre a su cuenta de Facebook. Sabrina tenía sospechas sobre el paradero de Michelle y lo que ocurrió la noche de su desaparición, pero se sentía paranoica, creyendo que su teoría era demasiado descabellada como para ser cierta, pero si los detectives conocían la historia y coincidían en su visión, entonces tal vez lo que Sabrina pensaba podía ser cierto.
A las 9:56 AM Los detectives se retiraron del lugar con cientos de preguntas sin resolver y solo tres certezas: Sabrina contó la verdad, pero no dijo todo lo que sabía; los chicos que estuvieron con ellas eran testigos cruciales para el caso, y la señora Edith había estado sutilmente coqueteando con ellos. Eso introdujo en los pensamientos de ambos la idea de que ella estaba ocultando algo, y que pronto deberían regresar allí para averiguarlo.
Mario tomó el telefono de Sabrina y lo llevó a su auto. Josef lo vio alejarse mientras encendía un cigarrillo.
A las 2:34 de la tarde Josef recibió una llamada de Luis Guerrero. Le contó que ya tenía las fotografías que necesitaba para avanzar en el caso y Josef se dirigió de inmediato al club Goodwind. Cuando Josef llegó al lugar Luis lo recibió con menos afecto que la noche anterior, pero lo abrazó estrechamente antes de entregarle una memoria USB con los datos recolectados de la red. Josef decidió acordar con Mario dividir sus tareas. Mario buscaría en las redes de Michelle.
Antes de salir del club Goodwind Josef se tomó un momento para observar detalladamente el lugar: la entrada del club guiaba directamente a una pared que formaba un corredor hacia ambos lados; pero solo tenía salida hacia la derecha, allí se accedía a la primera sección del club, el área de la piscina, que estaba inhabilitada en aquel momento debido a varias remodelaciones. Habían nueve mesas con sombrillas del color del zafiro con seis mesas cada una al costado de la piscina y un tobogán que descendía desde una plataforma de hormigón.
Al seguir avanzando por el borde de la piscina llegabas a una pista de baile extensa bajo un techo que se sostenia sobre una armazón de acero. La pista era coronada por la caseta del DJ, rodeada por bocinas que podían estremecer tu pecho a cincuenta metros de distancia. Las paredes del club se alzaban a casi cuatro metros de altura. En el lado izquierdo del club se encontraba el despacho de Luis bajo una terraza techada que se extendía por todo el muro lateral y detrás de la piscina estaban los baños, que solo cubrían una parte del muro trasero.
Algunas ramas secas sobrepasaban el alto muro que había en el fondo del club. Josef se sintió curioso y buscó una silla para pararse sobre ella. Josef descubrió lo que había detrás del muro, pero su visión seguía siendo limitada. Debía rodear toda la cuadra para asegurarse de que lo que veía era tan peculiar como lo asumía.
Josef decidió salir y abordar su camioneta. Le ordenó que avanzara hasta la calle siguiente y se detuviera justo frente a la casa que quedaba detrás del club. Luego de que la camioneta diera marcha, Josef tomó la memoria que Luis le había entregado y la conectó a la computadora de la camioneta.
Josef contaba con un programa de detección facial que en el departamento de inteligencia apodaban como La Chismosa. Josef había guardado una copia del mismo antes de renunciar al cuerpo. El sistema reconocía y recordaba rostros con una efectividad incluso superior a la humana. Era un programa útil para encontrar a cualquier persona en cualquier material visual o audiovisual y crear bases de datos clasificando cada uno.
Josef dejó al programa hacer su trabajo y bajó de la camioneta detrás del club Goodwind. Josef se acercó a la puerta de la entrada, observó la ventana y se percató de la gruesa capa de polvo que las cubría. Desde la casa no se emitía ni un sonido, ni se percibía mayor movimiento que el de las cortinas polvorientas que bailaban al ritmo del viento. No había duda, la casa llevaba meses abandonada. Josef miró hacia ambos lados; nadie estaba visible en la proximidad. Toqueteó su arma para asegurarse de que la tenía en su funda y rodeó la casa por un costado hasta llegar al patio trasero.
Detrás de la casa abandonada Josef se encontró con un terreno extenso lleno de hojas secas y arboles frutales. Un enorme tronco de cotoperí había caído sobre un par de árboles de plátano, haciendo de sus ramas y hojas extensas un colchón ideal para las ramas que el tiempo ya había dejado sin vida. El tope del árbol llegaba muy alto, justo al borde del muro trasero del club goodwind, en el punto exacto donde el techo de los baños podía servir para evitar el largo descenso hasta el suelo desde el borde del muro, quedando en un punto difícilmente visible en el interior del club.
Si alguien quería entrar o salir del club Goodwind sin ser visto, tenía la ruta perfecta para hacerlo. Y tal vez, y solo tal vez, alguien podría planificar un secuestro aprovechandose de ello. El teléfono de Josef vibró en su bolsillo a las 4:22 PM y Josef le ordenó contestar.
—Sabrina nos puso el caso en bandeja de plata... No solo tenemos más pistas, Josef, tenemos un sospechoso y una causa probable —dijo la voz de Mario desde el teléfono.
Capítulo III
Michelle Sosa era, sin duda, una chica asombrosamente atractiva. A pesar de su tierna edad poseía una explosiva belleza que era imposible de ignorar, pero se podía decir exactamente lo mismo de su personalidad. Michelle era dueña de un carácter severo y una singular actitud de rebeldía que resultaba muy difícil de manejar para su madre, que a su propia manera resultaba incluso más terca que ella.
Desde que la pubertad alcanzó a Michelle, desapareció con su ternura la docilidad que la había definido sus primeros años, y cuando dejó de jugar con muñecas comenzó a jugar a vivir aventuras más propias de una adultez que aún estaba muy lejos de alcanzar. La muerte de su padre coincidió con sus primeros días de secundaria, y fue un factor que acabó de desviar a una mente que empezaba a acercarse a parajes muy turbios.
El padre de Michelle, Pedro Sosa, era un hombre bastante corpulento. Poseía un par manos grandes, muy grandes, de textura áspera, y lucían como suelen verse las de quien trabaja como albañil durante años. Pedro trabajaba más de doce horas cada día y no se molestaba en tomarse alguno para su reposo, tan solo descansaba durante el mes de diciembre cuando celebraba con su familia las navidades con un evidente entusiasmo. Cada fin de año, Pedro se emborrachaba con ron añejo antes de que llegara la hora del cañonazo y caía profundamente dormido media hora después.
Pedro era un hombre familiar que realmente pasaba poco tiempo con su familia, él creía que trabajar arduamente para sostener a su esposa e hija era la mejor forma de demostrarles amor. Se podría pensar que si hubiera sabido lo frágil que era su corazón habría dedicado menos tiempo a su trabajo y seguramente hubiera comido menos frituras y tomado mucho menos refresco, pero nadie se lo dijo jamás. Vivió ignorando que aceleraba constantemente la llegada de la hora de su muerte, y lo alcanzó al fin un 16 de enero, cuatro años antes de la desaparición de Michelle en el club Goodwind.
El día que murió, Pedro no había visitado un médico en más de quince años. Nunca tuvo el más mínimo cuidado por su salud y vivía esforzandose mucho más de lo necesario en su trabajo. Vivió para trabajar y murió trabajando, mientras cargaba sobre su hombro un saco de cemento exactamente igual a los miles que había cargado durante casi tres décadas.
La muerte de Pedro cambió por completo el destino de Michelle. La señora Ángeles, devastada por haber perdido a su esposo de forma tan súbita, se convirtió entonces en una madre sobreprotectora y una mujer sumamente irritable, y Michelle rechazó su cambio radicalmente.
A la edad de catorce años, luego de discutir con su madre por no dejarla asistir a una fiesta, Michelle se escapó por primera vez de su casa con la intención de nunca regresar, pero acabó haciendolo poco antes de la medianoche porque descubrió que necesitaba dinero para comer, y no era tan fácil conseguirlo.
Durante los dos años que le siguieron su comportamiento no hizo más que empeorar. Michelle tenía constantes rencillas con sua compañeras y sus calificaciones siempre la mantenían muy cerca de reprobar. Sabrina Meza era su fiel aliada en cada travesura que cometía, pero empezaban a alcanzar la edad en la que las travesuras tenían más aspecto de delito.
Michelle cumplía años el15 de octubre, había cumplido dieciséis casi tres meses antes de desaparecer en el club Goodwind. Tres días antes de ese día, Sabrina había terminado su relación con Miguel Romero, un joven que ya había cumplido sus dieciocho años y que empezaba a sentirse desconectado de Sabrina al notarla mucho menos madura de lo que él ya era. Por su parte, Michelle y Sabrina opinaban lo mismo de la mayoría de los chicos de su edad, aunque ninguno de ellos lograba entender lo que ser maduro significaba realmente.
Para celebrar su cumpleaños, Michelle asistió ese viernes al club Goodwind con Sabrina Meza, y esa misma noche conocieron en el lugar a José Ricardo Uribe y a Dervis Ferrer, ambos con edades que se aproximaban a los treinta. Ellos eran socios y copropietarios de una red de tiendas de repuestos automotrices que operaba en todo el estado. Cuando el alcohol empezó a hacer efecto sobre las adolescentes José Ricardo y Dervis le ofrecieron a Michelle y Sabrina su primera pastilla de éxtasis, y ambas aceptaron el regalo sin hacer ninguna pregunta. Con la misma ingenuidad ellas se econtraron con ambos de nuevo en dos ocasiones antes de que Sabrina decidiera que no era tan divertido salir con ellos.
El 28 de octubre a las 4:32 PM, José Ricardo estacionó su camioneta tipo SUV frente a la plaza Libertador, a dos kilómetros del club Goodwind. Siete minutos más tarde, Michelle abordó la camioneta con un vestido color salmón que hacía notar muy bien su silueta y el rostro recubierto de maquillaje. Permanecieron en el lugar por un minuto antes de dar marcha. A las 6:21 PM, la camioneta volvió a ubicarse en el mismo punto. Michelle desabordó al instante con los ojos colorados, el cabello despeinado, el maquillaje deformado y el perfume de José Ricardo impregnado en todo el cuerpo.
Michelle siguió teniendo encuentros con José Ricardo Uribe hasta el 3 de enero, una semana antes de su desaparición en el club Goodwind. Solo dos personas conocían la relación que Michelle mantuvo con José Ricardo: Sobrina Meza y Javier Villanueva. Ninguno de los dos conocía mayores detalles, Michelle ni siquiera hablaba sobre el tema, simplemente les dejaba saber a sus amigos en qué había estado invirtiendo su tiempo.
José Ricardo acercó a Michelle a su mundillo criminal durante el tiempo que estuvo saliendo con ella, y aunque nunca se tomó la molestia de contarle a Michelle sobre sus actividades delictivas, El 3 de diciembre, exactamente un mes antes de que su relación terminara, José Ricardo le comentó a Michelle que tenía relaciones comerciales con Dirman Cano, el hijo mayor de Rafael Cano, el alcalde de la ciudad.
Dirman Cano era una figura pública, muy pública. Sus excesos eran conocidos en todo el Estado y un poco más allá de sus fronteras. El DFI había descubierto sus relaciones con los carteles de cocaína que operaban en la ciudad, pero actuar contra él o los carteles de forma directa no era en lo absoluto una buena idea.
En la ciudad de los puertos celestes, y ciertamente en todo el país, la guerra contra las drogas era indudablemente ficticia. Lo único realmente prohibido era molestar a quienes tienen los puestos de poder, y muchos de ellos eran parte de los negocios ilícitos que se apoderaban de la nación. Venezuela se impregnaba de un fétido olor a cleptocracia que cada vez se hacía más evidente.
José Ricardo se dedicaba a vender mucho más que repuestos de autos. Sus negocios no eran más que una fachada conveniente para el tráfico y el lavado de dinero. Era parte de la red de distribución de cocaína y éxtasis en cuatro ciudades, y Michelle decidió tener una relación con él, precisamente con él, y no tardó mucho tiempo en darse cuenta de que era la peor decisión que había tomado.
A las 2:41 PM del 13 de enero, Mario Hernández ingresó a la cuenta de Facebook de Michelle Sosa, y recorrió minuciosamente por los diferentes chats registrados en su messenger mientas corría un programa que recopilaba todos los datos existentes en la cuenta. Luego de algunos minutos, Mario se topó con una conversación efectuada entre Michelle y Javier Villanueva, y descubrió allí la relación que Michelle había tenido con José Ricardo.
El 5 de enero a las 2:56 PM Michelle recibió un mensaje de Javier con una fotografía de su nueva mascota, un conejo de esponjoso pelaje blanco al que bautizó como Nube. Michelle respondió con emojis, expresando ojos brillantes y llenos de ternura. Luego de algunos minutos, el tema de la conversación dio un fuerte giro.
—Te quiero preguntar algo —escribió Michelle.
—¿Sobre qué? —Preguntó Javier.
—Quiero que me den una opinión sincera y sé que tú me la darás.
—Dime.
—¿Crees que salir con José Ricardo fue un error?
—Eh... ¿por qué lo preguntas? —escribió Javier con un emoji dubitativo cerrando el mensaje.
—Terminé con él hace dos días.
— Oh... ya entiendo —dijo Javier, y se tomó su tiempo para añadir otro mensaje—Bueno, creo que nunca debiste involucrarte con él. Si crees que salir con un tipo mucho mayor que tú y que distribuye drogas fue un error, pues te doy la bienvenida de nuevo a la cordura.
—¿Por qué dices que distribuye drogas?
—Michelle, sé siempre intentas ocultar lo que haces, pero sabes que te conozco muy bien y sé cuando mientes o finges. ¿Podrías dejar de fingir que no sabes de qué estoy hablando mientras hablamos seriamente sobre esto?
—No sé qué hacer, perdón —dijo Michelle, anexando la imagen de una Marge Simpson cubriéndose el rostro con una sensación de pena.
—¿Por qué terminaste con él?
—No lo sé, creo que solo me dejé convencer por su encanto y ahora me di cuenta de que en realidad no es tan encantador como pensaba, solo estaba siendo inmadura.
—Entonces olvidalo y busca algo mejor. Siempre buscas en los peores lugares para enamorarte.
—No lo amaba ¿sabes? Fue solo un capricho. Yo nunca me he enamorado.
—No sé que decirte.
—¿Tú te has enamorado?
—Tal vez. No elegimos cuando ni de quien, solo sucede.
—Pues yo no lo he hecho.
—Está bien, avísame cuando lo hagas, pero por lo menos trata de no enamorarte de un criminal.
—Probablemente yo termine siendo una.
—Ya lo eres, una criminal menor. Tienes cargos por el robo de un suéter.
Michelle escribió una extensa y desordenada carcajada en letras mayúsculas y envío una fotografía de ella vistiendo un sueter de mangas largas de color azul con una franja de color rojo cruzando el pecho de lado a lado. Sacaba la lengua, burlonamente, con la picardía que caracterizaba su espíritu.
—Estás pasada —escribió Javier
—De bella —respondió Michelle con un emoji que emitía un beso.
—Demasiado.
La conversación quedó paralizada durante más de una hora. A las 4:27 PM, Michelle escribió de nuevo.
—José Ricardo acaba de llamarme.
—Interesante... —escribió Javier. Mario pensó exactamente lo mismo al leerlo— ¿Qué te dijo?
—Que me quiere ver.
—¿Y tú vas a verlo, carajita?
—Claro que no, no quiero saber nada de él.
Javier respondió con una imagen gif de una audiencia ovacionando frenéticamente.
—Tengo una duda: ¿qué pasó para que terminaras con él?
—Algo sumamente estúpido.
—¿No quieres contarme?
—Realmente no, no quiero hacerlo.
—Está bien, pero ¿cómo te sientes?
—Algo saturada. Tengo muchas cosas en mente, mañana volveremos a clases.
—Ey, sí. Yo no tengo ganas de ir.
—Ya quisiera graduarme y dejar de soportar tanta gente estúpida.
—Tienes que asegurarte de pasar física primero.
—Chamo, estás claro. Cuando mi mamá se entere de que me quedó me va a castigar, estoy segura.
—Sabes que te lo ganas —dijo javier, puntuando con un guiño.
—Sí, soy una tonta.
—Finalmente lo admites —escribió Javier y replicó el gif que había enviado antes.
—Por algo Sabrina siempre me dice que soy su boba.
—Yo te llamo Lunática, pero nunca te lo digo de frente.
—Atrevido —respondió Michelle y puntuó tres carcajadas.
—No, no, si lo digo de cariño. Vives en la luna, eres una soñadora, pero insistes en vivir sueños que obviamente se harán pesadillas.
—Perdón por nunca escuchar tus consejos, eres un buen amigo. Te quiero mucho.
—Y lo seré siempre, pase lo que pase.
El chat llegaba a un incómodo final en ese punto. No había registros de conversaciones más recientes, pero la información encontrada era suficiente para Mario. Sabía perfectamente quién era José Ricardo, y saberlo le hizo temer, más que sospechar, lo que pudo haber ocurrido con Michelle el 10 de enero en el club Goodwind. Incluso si él no tenía nada que ver con el evento, Michelle se estaba relacionando con personas altamente peligrosas, y tristemente muy difíciles de juzgar por sus crímenes.
Mario sabía muy bien que no podía perder tiempo, así que le habló a su teléfono y ordenó que llamara a Josef Ochoa a las 4:22 PM.
El capítulo IV sigue en desarrollo, al igual que el resto de la historia...
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