Santos Luzardo ¿Un bárbaro civilizado o un civilizado luchando contra su barbarie?

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Doña Bárbara

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Cuando se habla de la novela insigne de Rómulo Gallegos, lo primero que se nos viene a la mente es ese personaje llevado a la pantalla chica y grande: “la devoradora de Hombres” y toda la sarta de calamidades sufridas por ella en su juventud y toda la maldad propagada por ella en su madurez.

Sin embargo, en esta ocasión la invitación es que analicemos a Santos Luzardo, hombre de ciencia, fraguado en el llano pero labrado hasta su máxima expresión en la ciudad. En él se funden un carácter apasionado con el estudio dentro de los claustros de la academia, quizás los hechos traumáticos de su infancia han logrado una mezcla única dentro de miles.

Muchos podrían decir que Luzardo es un hombre civilizado que el devenir de sus vivencias lo convierten en el llanero bravío indomable incapaz de obedecer a las leyes o los preceptos éticos y morales de la sociedad. Por mi parte, yo podría decir que es un hombre que a pesar de nacer entre hombres de hábitos bestiales asume como practica de vida precisamente que esas prácticas tan aborrecibles nunca se apoderen de su esencia, de su alma y de lo que el realmente es.

Más allá de con cual visión estamos de acuerdo, si puedo asegurar que dentro de este libro la lucha de la Civilización contra la Barbarie tiene varios niveles, el más reconocido la pugna entre Bárbara, la mujer visceral no tan doña con sus ansias increíbles de poseer para ser amada, y un Luzardo con una civilización exasperante que casi renegaba de la sangre guerrera de sus venas.

Luzardo en sí mismo representa una lucha interna entre la barbarie y la civilización. El a pesar de las circunstancias y todas las trampas y triquiñuelas sufridas hace valer sus derechos valiéndose en la razon y en el derecho antes que en la fuerza bruta. Solo es cuando su vida se ve puesta en peligro que el instinto de conservación prevalece antes del raciocinio. Este personaje es la muestra de que te vaya bien o mal siempre es bueno mantenerse fiel a las convicciones propias, la conciencia termina siendo nuestro compañero solemne por el resto de nuestros días de ahí la importancia de esta premisa.

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