Una mariposa y una escoba me convirtieron en el héroe de mi prima Roselyn. Desde aquel día soy el chico más popular entre las niñas de la sección B del tercer grado.
Un grito marcó el comienzo de la aventura. “Chuítoooooo”, escuché justo cuando me preparaba a cobrar un penalti.
Di la vuelta y no ví a Roselyn cerca de la canchita. “Chuítoooo, estoy arriba”, volvió a llamarme con más fuerza. Ella estaba asomada en la ventana de su habitación y fui corriendo al edificio.
¿Qué te pasa, por qué gritas? –le pregunté.
Sube. Una bicha no me deja salir de mi cuarto –respondió desesperada.
¿Una bicha?
Una mariposa horrible. Es grandota y sus colores no me gustan.
Quédate tranquila, ya subo –le dije para calmarla.
No pude llegar tan rápido a su casa, como ella esperaba, porque el ascensor se tardó en bajar del piso veintiuno. Yo estaba muy cansado y no quería subir diecisiete pisos por las escaleras.
Roselyn no tenía otra opción, debía esperarme porque le tiene asco y pavor a las mariposas grandes. Lo raro es que le encantan las pequeñas y brillantes.
Al llegar al piso diecisiete me encontré con el primer obstáculo. La reja del pasillo estaba cerrada. “Roselyn, ya llegué pero no puedo entrar”, le grité. “No, no, no puede ser”, me dijo ella. “Chuíto trata de abrirla, no le pasé la llave”.
Pensé cómo salir de ese problema y recordé un capítulo del Inspector G.A.L, en el cual él abría la puerta de un laboratorio con su sombrero.
Me convertí en mi detective favorito, tomé mi montera, la doblé, la pasé entre la reja, estiré mi brazo como si fuera el hombre de hule y logré superar la primera prueba.
Prima, ¿dónde está la mariposa? No la veo.
Aquí arriba. En el marco de la puerta de mi cuarto.
Allí no está –le dije.
Búscala y sácala de la casa.
Revisé la habitación de mis tíos, la cocina, el baño, la sala y no la encontré. “Ya se fue”, le dije. “No se ha ido, búscala bien”, me rogó.
Ella tenía razón, la encontré en lo más alto de la cortina que separa al balcón de la sala.
Aunque a mi no me dan grima las mariposas, tengo que confesarles que la de ese día era muy fea. Sus alas eran enormes, tenía unas manchas que parecían un par de ojos. Era como la mirada de una bestia gigante.
No los voy a engañar a mi también me dio miedo.
No la sacaría con mis manos. Me asusté tanto que, cada vez que me preguntaba, no me atrevía a decirle que ya la había encontrado,.
“¿Ahora qué hago? ¿Cómo la saco?”, me pregunté. Pasaron varios minutos hasta que recordé un cuento que me leyeron muchas veces en primer grado. Era de caballeros y dragones. Allí encontré la solución.
Me convertí en caballero y a la mariposa la transformé en una dragona.
Nuevamente la montera me sirvió, esta vez se convirtió en mi escudo. No estaba completo para salir a luchar, algo me faltaba. Recorrí la casa nuevamente y al llegar al cuartito detrás de la cocina encontré lo que me faltaba, una gran lanza.
Sí, allí estaba la escoba nueva de mi tía. Esa fue mi arma del triunfo.
Tomé mi lanza azul y con ella atravesé la sala. La tomé con fuerza bajo mi brazo y la subí con calma. Acerqué su extremo peludo y dorado hacia la dragona, como para darle de comer.
La bestia de grandes ojos cayó en la trampa.
Dejó la cortina y se posó sobre la punta de mi lanza. Bajé aquella garrocha y caminé lentamente hacia el balcón. En una pequeña abertura de la ventana sacudí el arma y la dragona voló. Retiré la vara con rapidez y cerré la ventana.
“Roselyn, te salvé. La dragona ya se fue. Ven a ver”, le dije con orgullo.
Ella salió al balcón y preguntó “¿La dragona, qué es eso?”.
Para responderle le conté lo que no vio mientras estaba escondida y que ustedes ya saben.
Autor: Leandro Giancola
Para lectores de 8 años en adelante
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tiene buena pinta, pero si agregas imagenes puedees hacer mas vistoso. bienvenido y sigue adelante.
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