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El joven Ricardo se veía obligado a cruzar las dos montañas en pleno invierno. El frio era glacial y la nieve se había adueñado del paisaje, Un manto blanco y gélido lo uniformizaba todo ofreciendo un silencio angustioso.
Ricardo se había quedado sin trabajo en una zona pobre, pero había oído que si cruzaba las montañas y llegaba al valle, las condiciones eran muy distintas. Su único valor era su físico. Fuerte, alto, agraciado y con un pelo lacio, largo y moreno.
No iba preparado para, afrontar aquel frio intenso, ni el calzado ni el abrigo, podían luchar contra aquellas temperaturas. Los copos densos le humedecían sin tregua el atractivo pelo…la noche podía caer en cualquier instante y todavía estaba luchando por alcanzar la primera montaña, se estaba helando literalmente, ya no se sentía ni los pies ni las manos…había actuado con la imprudencia propia de la juventud…el ímpetu de la pronta partida, la decisión súbita, sin embargo podía morir congelado y de cansancio… afortunadamente en medio de la tormenta divisó una pequeñísima cabaña de pastores que podría ser su salvación y en donde se podía refugiar.
No le costó abrir la entornada puerta. Entre sombras se adivinaba un pequeño camastro con un colchón de hojas secas, una mesa rustica de pino y una pequeña chimenea con leña. Sonrió con estupidez cuando se dio cuenta que ni siquiera había tenido la inteligencia de acompañarse se una caja de cerillas. Pero a pesar de que no podía encender el fuego, si podía resguardarse del gélido aire y nieve de el exterior. Se acurrucó en el camastro y haciéndose un ovillo, intentó que el poco calor que irradiaba su cuerpo no se escapase.
No podía ni quería, mojado como estaba, dormirse, ya que no sabía si se volvería a despertar por el frío… entonces sucedió un hecho extraordinario.
Ricardo escuchó como la puerta de la cabaña se abría lentamente. El joven en un principio pensó que la tormenta y el aire habían entreabierto la puerta. Efectivamente, un aire helado se colaba por la puerta abierta, pero cuando se dio la vuelta para incorporarse y cerrarla, se quedó de una pieza, cuando sus ojos se tropezaron con la grácil silueta de una mujer joven vestida de blanco que inexplicablemente había surgido de la inhóspita nieve.
El joven se quedó con la boca abierta bloqueada por un sinfín de preguntas…ella anticipándose le dijo que se llamaba Clara, que vivía con su familia a escasos kilómetros de allí, en medio de la montaña y que aquella pequeña cabaña, pertenecía a su finca, en verano la usaba su padre cuando subía las vacas. Ricardo apartó todas sus preguntas al ver que la chica con gesto decidido se sacaba el abrigo que llevaba, cerraba la puerta, encendía el fuego y se acomodaba en el camastro, suplicándole a Ricardo que viniera junto a ella para darle calor. Las cálidas llamas pronto ganaron altura dando un confort en forma de tibieza a la estancia. El fuego se reflejaba en los rostros rojos de los dos chicos, cuando ella, dándolo todo por supuesto, se aproximó al cuerpo del joven y enroscándose en él, empezó a besarlo. Ricardo, azorado y sin entender nada, se dejaba hacer. Pronto descubrió que aquella chica no tenía nada que ver con las campesinas que había conocido. Estas amaban con el cuerpo, era evidente…más Clara parecía un ser que solo tenía alma. Parecía que su espíritu aspiraba al del chico, lo inmovilizaba y hacia prisionero. Al poco emotivamente, la chica ya era dueña por completo de Ricardo.
El joven intentó hacer alguna pregunta más a la mujer, pero ella le contestó que solo respondería a preguntas que surgieran del corazón pero que las de la cabeza no le interesaban.
Ricardo se levantó del camastro para cargar varias veces la chimenea… pero ya no se durmió…en realidad no sabía donde le iba a llevar todo aquello. No tardó mucho en adivinarlo, puesto que por las rendijas de la puerta, se filtraban las primeras claridades del amanecer. Clara le dijo que tenía que volver a casa y que sentiría muy honrada si él la acompañara y se quedara unos días a ayudarlos. El joven se mostró muy contento de acompañarla y le contó que en realidad estaba buscando trabajo y estaría encantado en colaborar con ellos.
El descenso hacia casa de Clara fue más liviano que la noche anterior; ya no nevaba, el paisaje era bucólico, inmaculado, pero los pies de Ricardo acusaban la nieve y a ratos el lodo del camino hacia la casa.
Clara le contó a Ricardo que su padre y hermana, debido a un disgusto que sufrieron ahora hacia ya un mes, padecían una intensa tristeza y necesitaban de la ayuda del joven en forma de trabajo y amor en la granja. Solo el trabajo y el amor podían salvar a su familia.
El joven iba escuchando el relato de Clara con la convicción de querer ayudar sin ningún tipo de límite. Miraba la figura esbelta de la joven que iba abriendo camino delante de él y se fijaba en lo impecable de su vestido blanco…entonces reparó en algo evidente que no se había preguntado anteriormente…¿Cómo podía ser que ni el lodo ni la humedad de la nieve hubieran hecho mella en el vestido de la chica?...entonces se fijó bien en los pies de esta y se asombró que cuando habían dificultades de lodo y agua en el camino, sus pies levitaban cual mariposas unos centímetros del suelo, sorteando los obstáculos.
Clara volvió su grácil rostro hacia el chico y le advirtió que ya divisaba a su padre en el exterior de la granja, que fuera hacia allí, se presentara y dijera que venía de parte de ella. Qué ella no podía ir en ese momento, que prefería que su padre no la viera, pero que no se preocupara, que su padre en realidad lo esperaba.
El chico quiso objetar algo, pero para cuando quiso dirigirse a Clara, ella desapareció de repente….Ricardo con una opresión en el pecho, ya empezaba a intuir lo que estaba sucediendo, pero aún así, fue hacia el padre de Clara, se presentó y dijo que ella lo enviaba para compartir su trabajo y aligerar su tristeza.
El padre de Clara suspiró con alivio al ver que tendría una ayuda en el trabajo, pero en cuanto a tristeza, le dijo que la muerte de su hija Clara, ahora hacia ya un mes, lo había traumatizado, era cuestión de que el tiempo lo ayudara y fuera tratando de curar una herida que siempre tendría abierta.
Ricardo, después de todo lo que había vivido, creía que ningún asombro lo podía perturbar, pero no era así, se quedó como inmovilizado cuando la puerta de la granja se abrió y apareció en ella su amada y espectacular Clara. Con el corazón desbocado miro al padre de Clara para que corroborase esa visión… este mirando hacia la puerta dijo con amargura
-“Le presento a la hermana gemela de Clara….tremendamente parecida en físico y espíritu a su hermana. Yo, muchas veces no las podía diferenciar, las amaba por igual a las dos.”
FUENTE: Cortorelato.com
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