Mi aforismo es el miedo que tengo a diario, también es el comienzo de algo, pero no me pregunten de qué. Mi aforismo dice así: lo quiero tanto como al abecedario español, mas sé que todo acabará cuando llegue a la z.
Entonces no quiero llegar a la z, prefiero quedarme en la incertidumbre de una y, porque ella no es mala, por lo menos conmigo. De hecho, es tan buena y amable que si quisiera podría continuar la historia, podría decir más cosas que solo la z, que solo despedirme, que y… Es decir, puedo escribir y, para darle continuidad al amor: amor y. Luego, puedo no decirle nada, ocultarle que lo quiero tanto que temo llegar a la última letra del abecedario.
Es más, voy a decirle que hay ch. Sí. Para tardarme, para que los domingos en las mañanas sean ch; sean letras compuestas, sean construcciones ficcionales para que me elija sin importar que un día llegue a z. Que él llegue a z, me refiero. Aunque, la verdad no sé si me quiera tanto como al abecedario, tampoco sé por dónde va él; si use ll o rr para tardarse como yo, para que los martes sigan siendo m. Bueno, no sé si sus martes sean ch o r; los míos son m por su nombre, y los domingos son ch para detener el tiempo, para quererlo, para olvidar que no puedo verlo todos los días, besarle todos los días, abrazarle todos los días.
Por eso olvido una letra diariamente, sobre todo las vocales, por repetirse tanto, por hacernos tan monótonos. Leo el periódico con un marcador negro y voy así: -n l- m-ñ-n d- h-y h-b- -n -s-s-n-t- h-rr-bl- -n l- -lb-r-d-. Después no puedo leer nada, y de esa manera cómo le explico, cómo le digo que las vocales me detienen; pues parece que quisiera saltarme, adelantarme, llegar más rápido a la z. Con mis pequeños ataques de celos cuando me dice que se va a dormir y se queda en la red subiendo fotos. Conmigo al otro día siendo sarcástico al respecto. Con él sabiendo que no es gracioso lo que dije.
Sin embargo, solo le comento que es un chiste y me trago la w. Quizá porque quiero que me diga que se despertó, que se le fue el sueño, que no podía descansar, que se excuse para no preocuparme y llegar a la x. Aun así, él lo nota, se molesta, escribe monosílabamente, no responde de otra forma mis mensajes. Le escribo, igual, le escribo y; con la esperanza de que no me responda z, con el terror de que me responda z, con la esperanza de que me escriba r: porque así me llamo; o que me escriba c: porque así empieza el vocablo corazón. Y aunque corazón sea una sola palabra, que parezca, por un momento, monosílaba, con eso puedo tranquilizarme, porque aún me quiere. Pero no responde.
Ahora dejo de escribir y en mi mente digo y… qué más puedo hacer sino decirme y, además de esperar que él no se confunda, que él… no puede hacerlo, ¡NO!... que él escriba z. Que todo se acabe aquí, que el abecedario cumpla su función: exponerme las letras de la a hasta la z. ¿Decirme más? No, ese es el abecedario: a, b, c, e, h, j, l, o, q, r, z. Estúpida a, estúpida z y estúpido todo lo que va en el medio: desde la a hasta la z.
Pero así no sucede. Cuando regreso del lunático paseo a mi cabeza, leo que ha escrito una r, también una c, también una a de amor, también una p de preocupación. Seguramente se detuvo en la y como yo. Seguramente termina la conversación con una q.
Rhcro
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