AMANECER
Hoy nací. Soy una cachorra que casi no ve, pero siento el calor de mi madre, Kalhúa; y al escuchar el ritmo familiar del latido de su corazón me siento segura. Estoy tranquila y feliz junto a ella. Ella me carga mordiéndome el cuello, y me deposita en el suelo con una gentileza tal que caigo como pluma.
Para alimentarme tengo que pelearme con mis hermanos por la ubre más llena. Ellos me alejan de esa ubre con sus patas. Los quiero pero me molestan.
Hoy se llevaron a mi hermano. Una mano humana vino de arriba y no lo ví más. Estoy triste, pero engordo y crezco más rápido.
Hoy vino otra mano. Mientras yo floto en el aire, aunque sin ser halada por el pescuezo, veo de lejos a Kalhúa amarrada gimiendo de tristeza, sin poder soltarse a pesar de intentarlo, y mi padre, Brandi, está muy ocupado jugando al palito para darse cuenta de lo que pasa. Esta mano es más pequeña que la anterior y acaricia mis pelitos, pero prefiero las lamidas de mami Kalhúa, la nariz fría de papi Brandi, y las patadas de mi hermano… que aún no tenía nombre. Dulcemente, la voz de un muchachito susurra: Ginebra…
ATARDECER
Llegué a una casa grande con grama muy verde y me han colocado sobre ella. La grama pica y tuve que separarme, levantándome en mis cuatro patas. Todos me observan contentos. Tomo leche y perrarina para bebé. Me dieron una mantita que huele a mami, pero todos entraron a la casa a dormir y me dejaron sola en el patio.
El patio está oscuro. Escucho ruidos. No me gustan los gatos, no quiero ser su cena, ni la de las ratas. Tampoco quiero que me pique un murciélago. Estoy llamando al niño, le aviso del peligro, pero no viene, a pesar de que grito lo más fuerte que puedo y golpeo con mis pequeñas patas la puerta de metal que me separa de ellos, pero esto me lastima.
Con el tiempo me doy cuenta que la única habitante del patio soy yo, la gente que me cuida (cuando viene), los pájaros que se comen mi perrarina, las deliciosas cucarachas, chiripas y hormigas, algunos ratones y ardillas que nunca puedo atrapar, algunos murciélagos pequeños que no se acercan desde que saben que también los mastico (pero no los trago), y las iguanas que se defienden con latigazos certeros y dolorosos que revientan en mi hocico; pero a los que menos tolero de todos, es a los malignos gatos que me ven desde el tejado con ojos de demonio confundido.
ANOCHECER
Mi vida transcurrió en el patio, aunque me dejaban ir a la grama a ratos durante el día. Cuando llueve, escucho ladridos del cielo y yo respondo, pero creo que ese gran perro tiene un dialecto distinto al mío. A veces llueve tanto que temo que mi casa se convierta en un lago, y yo creo que no sé nadar.
Mi mejor amigo humano ya no estaba mucho en casa, pero venía mensualmente a visitarme, a bañarme y sacarme a la calle a pasear. Cuando paseábamos siempre corríamos desbocados a ver quien ganaba. Inicialmente, yo ganaba (tengo más patas que él). Pero últimamente, él ganaba y yo gemía porque mis patas ya no soportaban el esfuerzo, y dolía un poco.
Con el tiempo empecé a sentirme cansada. Cuando me lanzaban la pelota yo solo la veía rodar. Ya no la atrapaba en el aire como antes; en ese entonces, era tan fuerte que mi amigo no podía arrancármela de la boca sin tapar los hoyos de mi hocico. Enfermé, y fui a buscar sus últimas caricias al pie de la ventana de su cuarto, pero él no estaba. Así que me recosté a esperarlo y me conformé con soñarlo… infinitamente…
FIN
José Virgilio De Andrade Suárez