No sé si este modo de escribir según el mapa de los eclipses y la norma del laberinto te confunde, compañero, mas no hay otro que me lleve al lugar que busco pasando por los sitios que debo conocer…’ (1)
Como se comentó en la entrada anterior, con referencia a la Puerta de la Majestad de la Colegiata de Toro, también ésta Puerta del Paraíso de la catedral de Orense, es otro de esos lugares imprescindibles del Camino que hay que buscar –parafraseando a Sánchez Dragó, en cuya obra reseñada, no dejaba de preguntarse si todavía quedaba rastro de esa antigua y fascinante España mágica-, y, desde luego, conocer. Lanzados los dados –alea jacta est-, continúa, pues, el viaje, saltando de oca en oca, para recalar en el casco antiguo de la capital orensana, seguramente pasando cerca de una curiosa representación moderna, en la que un Ganimedes celtiña, que ha cambiado el águila por el ave noctámbula de Atenea -¿el mismo, quizás, curiosamente representado en un famoso capitel de la iglesia de Santiago de Allariz?-, entretiene a viajeros, turistas y peregrinos con el sonido ancestralmente lejano de su caramillo. En la presentación de este nuevo Libro de Piedra –texto antiguo y esencial, cuya primera edición habríamos de situar en los albores del siglo XII-, no obstante, observaremos –en aquellas reseñas de identidad, que podrían considerarse, continuando las comparaciones, como el prólogo, la introducción o incluso las credenciales de autor-, la influencia de un nombre y un estilo indivisiblemente asociados a la Historia artística gallega, así como también al románico peninsular: el Maestro Mateo y su escuela.
Curiosamente considerado hasta época relativamente moderna, como un oscuro arquitecto de la corte del rey Fernando II de León, y de similar manera a como en numerosos ámbitos académicos e incluso extra-académicos se habla de un estilo silense, que recoge como epicentro la influencia artística de los talleres canteros que trabajaron en el referente monasterio burgalés de Santo Domingo de Silos, desplegando su arte, su técnica y su modelo en provincias aledañas, siendo un buen ejemplo, las de Segovia y Soria, también el influjo mateano dejó una profunda huella, siquiera en el norte peninsular, amparada por las vicisitudes inherentes a un camino de peregrinación –el de Santiago, también conocido como de las Estrellas o de la Vía Láctea-, que fue ampliamente potenciado por los reyes de Castilla y Aragón, sobre todo en los siglos XI a XIII, en detrimento de las rutas originales de los siglos IX y X, inmediatamente posteriores al descubrimiento de los supuestos restos del Apóstol. Ahora bien, lejos de conocer el origen de este notable artesano de la piedra –posiblemente, extra-pirenaico y atraído por las inmensas posibilidades de trabajo inherentes al mencionado Camino de Santiago- y especulando con la posibilidad de que interviniera personalmente en el diseño de los primeros tramos de una obra maestra, curiosamente dedicada a la figura de San Martín, cuyo altar mayor sabemos que fue consagrado en 1188, este magnífico volumen pétreo –de cuyas normas de calidad, conceptos tan de moda hoy en día, no debe resultarnos difícil vislumbrar los característicos isos basados en la longitud, la medida, el equilibrio y la proporción-, conserva, de esa primera etapa, tres monumentales portadas, siendo objeto de nuestra mayor atención, sin embargo, aquéllas dos situadas en el lado occidental. La primera, porque nos puede resultar interesante comprobar, que en el capítulo dedicado a las marcas de cantería, observaremos algunas que nos resultarán decididamente familiares –sobre todo, si hemos estado en el interior de la catedral compostelana-, siendo posiblemente la más relevante, por su repetitividad y trascendencia, aquélla en particular que representa algo muy similar al símbolo del infinito.
Preámbulo al Pórtico del Paraíso, que nos espera apenas franqueado este umbral, donde la imaginería mateana despliega en su figuración todo un compendio teológico dirigido como una intrincada red, a pescar las conciencias de los fieles, la hierática mirada de un entronizado Santiago nos introduce, cual inesperado cicerone, en una pequeña maravilla, considerada como una representación, evidentemente a menor escala, del glorioso modelo compostelano. Un pórtico, que no obstante las apariencias, muestra, en su diseño, también esos modelos de puerta bífida, que así mismo utilizaron como referente, aparte del propio Mateo, maestros como Esteban, al que se atribuye, cuando menos, esa otra obra magna, de ingenio y misterio, mundialmente conocida como la Puerta de Platerías.
A diferencia del Liber Vitae que el Apóstol Santiago mantiene abierto, pero con las páginas en blanco –podría considerarse, como una alegoría a esa historia personal que ha de escribir cada uno con los capítulos de su propia vida-, los magníficos atlantes o columnas-estatua que representan, entre otros, a los grandes profetas bíblicos, se presentan a sí mismos, mostrando sus nombres en sus correspondientes filacterias desplegadas. De tal manera, que formando parejas o tríos –hercúleas espaldas sobre las que se sostienen los diferentes estadios o cielos compuestos por las arquivoltas-, Jonás, Jeremías, Ezequiel, Abacuc y Malaquías –por citar sólo a algunos- constituyen unos magníficos teloneros, que nos introducen en esos mundi speciosos, bien conocidos en el románico, donde no falta la presencia de los veinticuatro Ancianos del Apocalipsis, portando una variada gama de instrumentos musicales, bajo cuya influencia parece desarrollarse una melodía cósmica -¿la música de las esferas?-, cuyo influjo parece querer representar, a través de diferentes personajes y figuras, dantesca pero sublimemente representadas, las correspondientes alegorías a la eterna lucha entre el Bien y el Mal, la Antigua y la Nueva Ley a la que estaba sometida la concepción del mundo medieval.
(1) Fernando Sánchez Dragó: 'Discurso numantino. Segunda y última salida de los ingeniosos hidalgos Gárgoris y Habidis', Editorial Planeta, S.A., 1ª edición, mayo de 1995, página 71.
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;-) No te enfades, que la mona esa está de buen rollo.... creo.
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