El Director del Módulo Biológico frotó sus parpados. La mirada acuosa se abrió al rato involuntariamente melancólica y enrojecida.
─No parece haber machos entre ellas. Sospechamos una combinación de diáspora con hermafroditismo secuencial. El espécimen…
Dejé de escuchar. El asunto de la especie es para los científicos que toman café en sus salitas. Debaten interminablemente. Exigen muestras y ejemplares. Después de todo, nosotros, los soldados, somos quienes estamos en el campo, expuestos a las esporas. Nosotros extrajimos a la mujer nativa de la sala común. Y nos costó: dos buenos muchachos del 75 están internados, graves. Es un planeta infectado, maldito. Hoy haremos otra extracción.
Un soldado sabe lo que otro padece, así que esta mañana en el comedor no hablamos mucho. Está decidido: nos vengaremos.

Somos las hijas. Muchas y una. Ellos nos enseñaron este lenguaje yo/otro con dolor. Antes, recogíamos el fruto del viento y paríamos nuestras hijas. Nos completábamos. Entonces ellos llegaron con armas y nos enseñaron su lengua de separar y nos hirieron.
Nos arrancaron a Nalit, y Nalit muere lejos y nosotras padecemos.
Por eso les enseñamos nuestro lenguaje. Por eso les dimos el regalo de las flores del viento. Soplamos nuestra semilla en sus oídos. Había terror en sus ojos. Soplamos el gran viento y nuestra palabra unir/hermana los tomó y parimos nuestras hijas en sus carnes.
Fuimos gozo.
Eran muchos, son uno. Ahora hablamos la misma lengua.
Los otros/ellos partieron en la nave hace tiempo.
Así sucedió y así lo contamos a nuestras amadas hijas del viento.