Los niños juegan tranquilos con sonrisas falsamente dibujadas, caminan y ríen junto a sus madres que se perfilan heroicas en sus esbeltos cuerpos de cinco años de gimnasio. La primavera ya está aquí, ¡qué bendita emoción! Yo no los crítico, son mis principales clientes, entre llantos y balbuceos convencen a sus progenitoras de comprarme 1 o 2 salchichas, no hay mejor negocio que vender hot dogs en el Independence Park cuando la flora rompe su silencio, y el gran astro brilla para todos cada vez más fuerte.

Siendo sincero, detesto el invierno con todo mi ser. Mi casa se convierte en una guarida de ratas que se conglomeran en el intento de matar el intachable beso del frío; con el tiempo he aprendido a quererlas, algunas veces las cojo y las domestico, aunque suene muy trivial, son una tierna compañía.

No solo me excita el denso calor primaveral que se me propaga por la dermis, sino que ahora la tierra fértil y cándida me permite buscarles un mejor alimento a mis pequeñas compañeras. Acostumbro ir al Cementerio Fairview e indagar entre las tumbas, algunas más frescas que otras repercuten en una libido desenfrenada. No suelo culparme, pero me encanta el sabor de la comida fría, el contacto con la materia inerte me hace descargar como un coloso en los órganos reproductores ya desvanecidos.

A mis ratas les encanta el sabor de la carne podrida. A mí me encanta degollarlas y preparar ricos embutidos que se venden como pan caliente en las bancas céntricas del Independence Park.

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