“Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?”
Salmos 8:4 RVR1960
A lo largo de la historia de la humanidad, el hombre pasó de tener herramientas rústicas encontradas en la naturaleza, a ir modificándolas y a crear, pasando de usar cuevas para vivir a construir casas de acuerdo a sus intereses. En la actualidad, la inventiva del hombre le ha llevado a explorar el espacio, a tener increíbles adelantos tecnológicos y a automatizar procesos necesarios para la vida. Y todo esto, sumado a las corrientes de pensamiento actual, nos ha hecho sentirnos poderosos, llevándonos a olvidar lo insignificantes y desvalidas que somos en realidad.
Cuando nacemos, somos los seres más vulnerables que existen. Mientras las crías de la mayoría de las especies pueden valerse por sí mismas a horas o días de nacer, nosotros demoramos años en caminar sin caernos. Pero cuando nos comparamos a Dios, un ser que no podemos ni siquiera entender Su naturaleza, que ha creado todo cuanto existe solo con el poder de Su palabra, incluyéndonos, ahí entendemos lo insignificantes que somos. Lo que creamos no tiene nada que ver con lo que puede llegar a hacer el Altísimo. Y cuando meditamos en esto, entendemos lo que pensó el salmista cuando se preguntaba: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Dios nos escucha, sabe quienes somos, tiene planes y propósitos para nosotros, pero todo esto porque nos ama, porque tiene misericordia de nosotros, y porque fuimos creados especialmente.
Es un error hablarle a Dios con arrogancia, como si nos debiera algo. Seamos humildes, porque más bien nosotros le debemos todo a Él, hasta el aire que respiramos. Veamos cada momento de oración como una oportunidad y no como una carga, pues un Ser tan especial nos presta atención, y está atento a nosotros. No desaprovechemos ese privilegio. ¡El Señor te bendiga!
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