Querido lector, antes de adentrarte en este relato, quiero compartir contigo una pequeña confesión. No todas las historias que escribo nacen de la luz de la imaginación consciente. Algunas emergen de lugares más oscuros, más profundos, donde la mente no tiene control y el alma vaga sin rumbo. Me refiero, por supuesto, a las pesadillas.

Las pesadillas son un terreno fértil para quienes nos dedicamos a la escritura. Son esos sueños donde las leyes de la realidad se doblan y retuercen, donde los miedos más antiguos e irracionales toman forma. Pero, ¿qué son realmente las pesadillas? ¿Son meras creaciones de nuestra mente, reflejos distorsionados de nuestras ansiedades? O quizás, querido lector, sean algo más. Quizás algunas de ellas no sean solo sueños. Quizás sean puertas.

Puertas que conectan nuestro mundo con otro, uno más allá de la comprensión, donde seres y fuerzas que no podemos nombrar aguardan en la oscuridad. Y en esas noches en que cruzamos el umbral, nos convertimos en los visitantes involuntarios de sus dominios. Las pesadillas nos usan, nos guían a través de sus laberintos, y algunas veces, si tenemos la suerte –o la desgracia– de despertar, traemos algo de ese otro lado con nosotros.

El relato que estás a punto de leer nació de una de esas visitas. En una noche que se convirtió en una madrugada eterna, me vi vagando por los corredores desolados de un edificio abandonado, perseguido por algo que nunca llegué a ver. El terror de la persecución era palpable, casi como si hubiera algo más que simple miedo acechando en las sombras. Al despertar, supe que no era solo un sueño; había algo en él, un residuo, un rastro de lo que podría haber sido real.

Así que te pregunto, lector, ¿te atreverás a seguirme en este viaje? ¿Acompañarme por los pasillos desordenados y las habitaciones numeradas de un hotel que no existe en ningún mapa? Y si alguna vez te encuentras en una pesadilla similar, persiguiendo una llave que no parece encajar en ninguna cerradura, quizás entonces recordarás estas palabras. Quizás entenderás que no todas las pesadillas son simples sueños, y que algunas puertas están destinadas a permanecer cerradas.

Te invito a adentrarte en esta historia y a descubrir lo que se oculta detrás de la última puerta... Pero ten cuidado, porque una vez que cruces el umbral, no hay vuelta atrás, y sin más preámbulos, te presento...

Parecía que en algún momento el hotel había sido un lugar hermoso y elegante, pero ahora estaba desierto. Me acerqué a la recepción, esperando ver a alguien, pero nadie vino. Mientras esperaba, me percaté de una llave sobre el mostrador. Era una llave con el número 8 grabado. Pensé que era la llave de una habitación...

Así que la tomé y me dispuse a encontrar ese cuarto para dormir. Recorrí piso tras piso, pero las habitaciones no estaban en orden, ni los pasillos tampoco; todo el lugar era un laberinto. Las habitaciones estaban numeradas, pero ninguna era la habitación 8. Ruidos extraños salían de cada cuarto, susurros, crujidos, gemidos inhumanos... Y cuando tocaba la puerta para tratar de entrar o pedir indicaciones, me decían que siguiera adelante, que aquella no era mi habitación...

Mientras avanzaba, una sensación muy extraña comenzó a invadir mi cuerpo, como si de pronto me encontrara bajo el agua. La temperatura bajó de golpe, tanto que podía ver mi aliento, y noté cómo la piel de mis manos se iba tornando pálida, casi azulada, como si la vida misma se estuviera drenando de mí...

Traté de caminar más rápido, intentando abrir cada puerta que lograba encontrar. Algo me seguía. No estaba segura de qué, pero sabía que algo me acechaba, y estaba aterrada. Cada paso se volvía más pesado que el anterior, y me costaba respirar, como si el aire se hubiera convertido en plomo...

Miré sobre mi hombro y vi cómo las luces del pasillo se iban apagando, una a una, devoradas por la oscuridad que avanzaba, implacable y hambrienta. Me apoyé en la pared y seguí moviéndome, sabiendo que no debía dejar que esa negrura me alcanzara. No podía alcanzarme o... ¿o qué? ¿Qué había en esa oscuridad? Mi mente ya no pensaba con claridad...

Cuando llegué a la última habitación, toqué la puerta desesperadamente y, para mi alivio, esta se abrió. Una mano se extendió hacia mí y me ayudó a entrar. La puerta se cerró de golpe tras de mí, y pude volver a respirar. Una mujer, de apariencia etérea y con una cálida sonrisa, me miraba. Extendió su mano, con la palma hacia arriba.

—¿Tienes la llave?

Asentí y se la di, sintiendo un extraño consuelo en su presencia. Ella me abrazó muy fuerte y me susurró al oído:

—Lo has hecho muy bien. Ahora tienes que despertar...

De repente, sentí como introdujo la llave en mi nuca y la hizo girar. Un dolor punzante recorrió mi espina dorsal, pero al mismo tiempo, mis pulmones se llenaron de aire. Con un jadeo, abrí los ojos una vez más, solo para encontrarme con la misma mujer sentada junto a mi cama en un hospital. Al verme, me abrazó y rompió en llanto, diciendo que era un milagro...

Había despertado después de 8 meses en coma. Pero algo seguía mal. En lo profundo de mi mente, podía escuchar el eco de esa oscuridad, susurrándome secretos que no quería entender...

Y si en algún momento te pierdes en un edificio aparentemente desolado mientras buscas una habitación misteriosa, coméntalo, y con gusto enviaré a mis expertos a usar la llave numerada para abrir tu mente...

Mientras tanto, me iré a conversar con el merodeador de la oscuridad, porque soy feliz con poco...