Está bien, dicen algunos, el capitalismo es el sistema social más productivo, pero no todos están capacitados para la producción de la misma forma, por esas y otras razones la brecha entre ricos y pobres aumentará, tanto a nivel de países como de individuos. Además, sin una fuerte protección estatal la gente que tenga problemas o tragedias personales no podrá sostenerse, por lo tanto una sociedad totalmente libre y con gobierno limitado no es solidaria ni deseable.
¿Está usted de acuerdo con esas premisas? Revisemos qué nos dicen la teoría y la historia sobre la pobreza y la desigualdad en el capitalismo.
La distribución de la riqueza
Marx escribió tres largos y densos volúmenes tratando de convencernos de que el “trabajo” (entiéndase el de tipo físico) crea riqueza. Claro, era el inicio de la era industrial y era muy fácil confundirse al ver tanta máquina y músculo. Pero el gerente y los accionistas de la empresa eran quienes en realidad hacían marchar la economía. Esto se ha vuelto más claro gracias a la economía de servicios actual: quienes tienen las ideas, saben manejar equipos humanos y tecnología, y asumen riesgos con sus capitales, son los verdaderos responsables de la creación de riqueza. El resto de nosotros colaboramos, no porque no nos quede más remedio, si no porque la división del trabajo es mucho más productiva que procurarnos nuestra propia comida, nuestros vestido y ni hablar de medicinas y otros bienes que tomamos erradamente como obvios en nuestras vidas. Dicho de otro modo, el capitalismo no está basado en la explotación y “alienación” de los trabajadores de su trabajo. Está basado en la inevitable creación e mejores oportunidades para los trabajadores y en el compartir productos del trabajo de cada uno, cada año de forma más accesible.
Lo único que trabaja en contra de este proceso es la inflación, que es la erosión del valor de la moneda –si retomamos su sentido preciso y dejamos de confundir la el efecto con la causa. Cuando existe inflación, el ahorro y los salarios pierden poder adquisitivo cada año. Cuando existe estabilidad monetaria (dinero con respaldo en metálico o un rara avis como el banco central germano bajo la tutela de Ludwig Erhard, responsable de las condiciones para el “milagro alemán” que infló la moneda en 8% durante toda una década, es decir un bajísimo 0,7% por año en promedio) es posible el cálculo económico (contabilidad de costos) y por ende se puede producir más con iguales medios o igual con menores recursos. Esto genera una inevitable competencia entre empresarios por reducir precios sin perder sus ganancias, es decir, bajando costos igual o a mayor ritmo, y forzando a los productores de bienes de capital al mismo proceso, benévolo para la sociedad en su conjunto. De esta forma se genera un fenómeno casi olvidado desde la Segunda Guerra Mundial: una economía de precios que caen cada año frente a los salarios y el ahorro, volviendo más rica a la clase media y elevando a los pobres a las clases medias, sin dejar de ser rentable en absoluto. Aunque sin tener el total de estas condiciones, un caso latinoamericano insuficientemente reconocido es Chile, donde en los 15 años de mayor libertad económica la clase media paso de ser un 40% a ser un 65% de la población y recortándose igualmente el número de pobres de 40% al 17%.
Una economía libre distribuye la riqueza de acuerdo al aporte productivo de cada persona y empresa, premiando a) la innovación, b) el ahorro, y c) la inversión, en notable recompensa al auto-interés inteligente: el que sabe que para enriquecerse se debe atender las necesidades de los demás de forma consistente. Nada como una economía creciente sobre bases monetarias sólidas (no-inflacionarias), como garantía de que cada generación tendrá acceso a mejores bienes materiales y culturales que la anterior.
La pobreza es abatida por primera vez en la Historia
Para analizar la pobreza en la Historia humana, es necesario poner las cosas en perspectiva. Durante 7.000 años el ser humano no conoció otra cosa que la pobreza. Como dijo el investigador Nathan Rosenberg, “la percepción de la pobreza como algo moralmente intolerable en una sociedad rica, tuvo que esperar a la aparición de una sociedad rica”. Incluso los “ricos” –la nobleza y los reyes– de hace 300 años envidiarían las condiciones de expectativa de vida, mortandad infantil, salud y acceso a otros bienes con las que una familia de clase media ecuatoriana cuenta actualmente, valore ésta o no adecuadamente a los grandes genios científicos y empresariales del mundo que lo hacen posible. Al ritmo al que iban las cosas en la antigüedad, tomaba casi 2.000 años duplicar el ingreso promedio en un país. Pero Inglaterra lo hizo en 60 años durante la Revolución Industrial, resultado de la libertad político-económica que las ideas de la Ilustración permitió. Taiwán, Hong-Hong y China lo han logrado en menos de 10 años, por una sencilla razón: el know-how y los capitales ya están disponibles para el país relativamente pobre que se decida a liberalizar su economía y volverse un campo de juego estable para la empresarialidad.
El análisis de Marx sobre explotación entre clases sociales, resultaba ser falso; tanto como el de Lenin sobre explotación entre países. Cada vez más gente en más y más países ha salido de la pobreza. Como dice el sueco Johan Norberg: “Desde luego, el europeo occidental o norteamericano es 19 veces más rico que en 1820, pero un latinoamericano es 9 veces más rico, un asiático 6 veces más rico y un africano cerca de 3 veces más rico. Así es que, ¿de quién fue robada esa riqueza? La única forma de salvar esa teoría de suma cero, sería encontrar el naufragio de una nave espacial increíblemente avanzada que hubiéramos vaciado hace 200 años. Pero ni siquiera eso salvaría la teoría. Entonces tendríamos que explicar de quién robaron esos extraterrestres sus recursos”. Y es que la economía no es un juego de suma cero. Ambas partes ganan, pero el “fuerte” le trasmite su fortaleza al “débil” en el proceso. Por lo tanto y aunque sea difícil de creer, el relativamente más pobre es el más beneficiado al asociarse con el relativamente más rico.
Por ende, la brecha entre clases sociales se estrecha en vez de incrementarse. Las sociedades más orientadas al libre mercado tienen una diferencia de ingreso entre su quintil más rico y el mas pobre, de 14 veces (Norberg, 2001). ¿Parece demasiado? En los países más orientados a redistribucionismo estatal, los impuestos y la falta de libertad empresarial como el nuestro, es de 32 veces. Eso debería decirnos mucho. Por otro lado, la pobreza absoluta (no la relativa, siempre somos más pobres que “alguien”) se redujo del 40% al 21% desde 1981 a nivel mundial hasta la fecha. Es tal vez uno de los fenómenos humanos más masivos e importantes de la historia, pero no espere verlo en los libros de historia muy pronto. La lentitud de los creadores de opinión pública para reconocer las bondades del sistema de empresa es pasmosa.
¿Y qué pasa con los más necesitados y los que caen en desgracias temporales?
Existe una idea demasiado extendida y falsa, de que en una sociedad donde el gobierno no juegue más que un papel de juez y protector de los derechos a la vida y la propiedad, sería una sociedad mezquina y despreocupada de los más necesitados. Nada más lejos de la verdad. Basta revisar dos textos vitales sobre el tema, para entender que nada impulsa más la generosidad que el ver satisfechas primero las propias necesidades. Estos son “From mutual aid to the welfare State” de David Beito, y “En defensa de los más necesitados” de Alberto Benegas Lynch (h) y Martín Krause, norteamericano y argentinos respectivamente. El lugar de origen de los autores no es casual: al haber sido sociedades libertarias durante toda o gran parte del siglo XIX, los EEUU y la Argentina vieron la aparición de sociedades filantrópicas, caritativas, obrero-fraternales y empresariales, que hacían lo que luego confiscó el Estado en el s.XX –con su publicitado “gasto social”– de forma mucho más eficaz, humana y sobre todo, sin quitar a unos para dar a otros. De esta forma los enfermos, desempleados (el desempleo “estructural” aparece casualmente al mismo tiempo que las leyes laborales), accidentados y quienes caían en desgracia familiar temporal tenían una ayuda financiera y humana decisiva así como suficiente. El mal llamado Estado Benefactor ha creado desincentivos para el trabajo, para la formación de una familia y para el sostenimiento de los lazos comunitarios. Pero ese tema merece todo un artículo separado. Lo importante es reconocer que no hay nada que la sociedad civil no pueda hacer bajo liderazgo y que requiera de jefes (coerción) y política para lograr. Si necesita un ejemplo local, visite el barrio “El Comité del Pueblo” en Quito: se ha formado una red privada en que las familias comparten los costos para la medicina preventiva a un precio extremadamente cómodo, y que representa sin duda una verdadera forma de solidaridad, y no de redistribución impersonal de la riqueza.
Y si a esto se le agrega un clima cultural basado en el amor propio y el aprecio por los logros personales y ajenos, el panorama se completa. Como dijo el filósofo objetivista y psicólogo Nathaniel Branden: “Existe evidencia abrumadora de que mientras más alto el nivel de autoestima, más propenso será uno a tratar a los demás con respeto, gentileza y generosidad”. Las sociedades que valoran el logro, que admiran en vez de envidiar, tienden también a ser generosas en casos que auténticamente requieren de la ayuda de la comunidad.
Conclusión
El socialista Robert Heilbroner aceptó a regañadientes lo evidente en 1989: "Menos de 75 años luego de que el concurso entre el capitalismo y el socialismo comenzara oficialmente, se terminó: el capitalismo ganó. Los tumultuosos cambios tomando lugar en la Unión Soviética, China y Europa del Este nos han dado la más clara prueba posible de que el capitalismo organiza los asuntos materiales de la humanidad mucho más satisfactoriamente que el socialismo" (New Perspectives Quarterly, Otoño de 1989)
Pero además, el capitalismo permite ir ascendiendo en nuestra escala de necesidades, superando las más primarias y permitiéndonos literalmente no sólo empezar a pensar en los demás si no también contar con los recursos para apoyarles. Cuando el ser humano ha experimentado el vivir en sociedades libres, ayudar ya no es una imposición estatal que le quita todo valor ético y cultural, ni el resultado de una falsa mala conciencia. La generosidad simplemente se ha vuelto la regla y no la excepción dado que la sociedad civil ha sentido su rol –no el de políticos y burócratas– la ayuda a los más necesitados.
Por: Juan Fernando Carpio, M.E.E., Ph.D.(2019)
Profesor de la USFQ
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