Estoy sentado bajo un árbol, leyendo a la vez que fumando, a plena vista y sin ser notado. Todos juegan, forman equipos. Inician pandillas, comienzan relaciones de amor, pero yo hago esas cosas. Yo no existo.

Durante un tiempo pensé que era mi apariencia y mi forma de ser lo que me impedía conectar con los demás; así que hice mi mejor esfuerzo. Adopté vocabularios que no eran el mío, me vestí con ropas que no eran de mi agrado y cambié mis maneras, todo con tal de encajar. Probé con diferentes grupos y aun así, la invisibilidad era casi total. Apenas me hablaban. Reíamos y compartíamos cosas pero yo no dejaba de ser y sentirme innecesario.

Me contestaban con indiferencia. El tono de voz con el que me hablaban era monótono e insípido. Hubo momentos en los que me miraban como con odio, como si se preguntaran que qué estoy haciendo yo ahí si tú no eres de los nuestros. También, si hacía una pregunta de algún tema que estuviera sobre la mesa, me contestaban con un tono burlón. Yo no percibía que era una mofa lo que me hacían. Cuando, más tarde que temprano, me enteraba de que la respuesta era una broma, ya perdía el interés por ese grupo y me pasaba a otro. Pasaron dos años escolares y justo dos meses después de que comenzó el cuarto año fue que caí en la cuenta de que las estrategias y los disfraces no estaban funcionando. Seguía tan solo como siempre y apenas sí se acordaban de mi existencia y eso era cuando había que hacer algún trabajo grupal y nada más.

Molesto, desencantado de todo y con la autoestima dañada, recuperé mi vieja ropa, la que sí me gusta y con la que me siento más como yo soy. Busqué mis viejos juguetes y libros y, durante los recreos y demás momentos fuera de clase, todo ese mundo que me rechazó compuesto por mis compañeros del salón y demás estudiantes se esfumó. Cuando dejé de fingir ser lo que no era, desaparecí rápidamente y nadie pareció notarlo. Para mi sorpresa, no lo lamenté. No lloré a nadie.

Aquí estoy, viviendo mi último año de internado, sin pena ni gloria y con una lección de vida que más me vale no olvidar para no volver a sufrir de la misma forma.

El próximo año iré a la universidad. El hecho de que sea un sitio nuevo no significa que las cosas vayan a ser diferentes.