FRIEDRICH NIETZSCHE: INVERSION DE TODOS LOS VALORES

Nietzsche, no sólo fue un gran pensador, en el sentido de que fue capaz de cuestionar los usos y costumbres desde una crítica feroz, sino que la “economía” de sus escritos contienen una belleza pocas veces vista dentro de lo que podemos considerar la gran literatura. En “El Anticristo” (1888), título provocador, nos encontramos con unas de las introducciones más concisas y extraordinarias.

“Lo que a mí me pertenece es el pasado mañana. Algunos hombres nacen póstumos”. ¿Estuvo loco Nietzsche cuando escribió esto? ¿Son los dementes los únicos capaces de captar y ver lo que la mayoría ignora? La arrogancia de Nietzsche no es vulgar. Nietzsche se asume póstumo porque se reconoce un hombre especial y lo proclama, diríamos, que hasta con inocencia.

“Hay que estar acostumbrado a vivir en las montañas y ver a nuestros pies la miserable locuacidad política y el egoísmo de los pueblos que la época desarrolla”. La mundanidad de Nietzsche es seria e imponente. Su comportamiento es la de un profeta armado de razones incomprensibles para una mayoría sumisa a los convencionalismos al uso, muy especialmente, el que tiene que ver con los protocolos religiosos de una Iglesia cristiana erigida desde las indulgencias como soborno espiritual.

“poseer el valor de las cosas prohibidas: es preciso estar predestinado al laberinto”. Asumir riesgos implica remar contra la corriente de un conformismo desolador.

“De esas soledades hay que hacer una experiencia”. Nacemos y vivimos solos, aunque acompañados. Y nuestra experiencia vital es básicamente solitaria desde una angustia que es imposible disimular pero que debemos enfrentar para reafirmarnos desde una vitalidad superior. ¿De qué va esa angustia? Del sentido de la vida junto a sus posibilidades o derrotas, y el final: el inevitable aniquilamiento.

“conservar las propias fuerzas y el propio entusiasmo; hay que respetarse a sí mismo, amarse a sí mismo: absoluta libertad para consigo mismo...”. Himno del “Superhombre” nietzscheano libre de ataduras.

“Se debe ser superior a la humanidad por la fuerza, por el temple, por el desprecio...”. Para el filósofo alemán la humanidad concebida dentro de un proyecto debilucho asociado al cristianismo como “moral de esclavos” debía de ser superado. El fervor “aristocrático” en todo su esplendor como individualidad emprendedora.

¿Estamos de acuerdo con éste loco de atar? Pues sí, en casi todo.