Un programa computacional lo suficientemente complicado podría desarrollar, en las entrañas de sus circuitos, esta sensación de "estar despierto", bajo la cual operaría la creencia que lo que hace lo hace por su propia voluntad (creencia que define tanto al sujeto como al concepto de voluntad?), cuando, sabemos, todo lo que hace dicho programa es consecuencia directa de lo que hace el programador. No percibo diferencia en cuanto a naturaleza entre este fenómeno y nuestra situación: cerebros subordinados por completo a la manera en que la materia interactúa.
Los humanos, que hemos desarrollado un lenguaje exquisito y altamente flexible, nos relacionamos para alcanzar objetivos en común, nos ayudamos, peleamos, hacemos burocracia, nos alegramos, nos aburrimos, pero cuando nos vemos a los ojos hay una complicidad profunda que pasa indetectada la gran parte de las veces, encubierta por las emociones del momento. Y la callamos: que, desde un punto de vista molecular, todo aquello a lo que en nuestras vidas cotidianas damos sentido, no lo tiene. Y deben continuar.