Somos un país de borregos iluminados

En España, las sucesivas reformas educativas, todas cargadas de intencionalidad política y vacías de contenido educativo, han conseguido lo que muchos pensadores y escritores venían augurando desde hacía ya bastante tiempo: Estamos dentro de un círculo vicioso del que nadie sabe o quiere escapar. A la suprema ignorancia de nuestros políticos se une el desencanto de una población que arrastra por los suelos su ánimo y esperanza. Nadie parece tirarse de los pelos cuando el político de turno dice que lo que tiene delante de las narices es de color blanco y a los pocos días, presionado por nadie sabe qué fuerza maligna, dice justo lo contrario. Parece que hemos adoptado al político inútil como referente en nuestra sociedad, como si nadie fuera capaz de echarle en cara su inutilidad y su incapaz para aportar soluciones reales a problemas reales. Todos se llenan la boca de lo que van a hacer, un futuro próximo que jamás tendrá su reflejo en un presente real. En mis tiempos de estudiante, salíamos a montar barricadas frente a la policía para defender ideales, ahora los alumnos hacen "huelga" para quedarse en casa y "repasar" el tema que tendrán que desarrollar en el examen del día siguiente. Pero esto es precisamente lo que han pretendido y conseguido los políticos de hoy y de ayer, y seguramente de mañana: crear una fábrica de analfabetos de ideas, borregos que son conducidos y que jamás serán capaces ni de conducirse a sí mismos. Es triste ver cómo en países de nuestro entorno, la gente lucha por lo que quiere, piensa en un futuro colectivo y no individual y se siente como parte de un todo. Aquí, cuando hay una pelea entre sectores, en lugar de buscar una solución pactada que convenga a todos, nuestros inteligentes políticos se decantan por un sector o por otro, independientemente del número de parados que generará su decisión, pero claro, como se acercan las elecciones...

Desde hace tiempo, en las aulas no se fomenta el pensamiento, ahora se trata de unificar mediante exámentes estándar y, aunque muchos de los profesores lo intentan, fracasan bajo una montaña de documentos, informes y demás tareas administrativas que los obligan a perder el tiempo en ámbitos que nada o muy poco tienen que ver con la verdadera enseñanza.
Es fácil pues, ante este panorama, buscar refugio en aquellos que te prometen el oro y el moro (con perdón de la expresión), es decir los llamados populismos. La gente está tan harta de promesas incumplidas que desean un cambio radical, sin importarles que en esa decisión está implícita la pérdida de derechos adquiridos y largamente trabajados.
Quizás no sea la mejor forma de acabar el día, pero esta reflexión que hago en voz alta me va a permitir conciliar el sueño con mejores perspectivas. No debemos dejarnos engañar por nadie, repito, por nadie.