Estamos en esa búsqueda hacia una Iglesia sinodal en salida a las periferias porque es un mensaje del Papa Francisco y entendemos que es Dios quien nos lo pide.
“TODOS SOMOS DISCÍPULOS MISIONEROS EN SALIDA”.
Mensaje al pueblo de América Latina y el Caribe.
Nosotros, miembros de la Asamblea Eclesial, reunidos de modo virtual y presencial,
en la sede de la Conferencia Episcopal Mexicana, del 21 al 28 de noviembre de
2021, bajo la mirada amorosa de Santa María de Guadalupe, saludamos al Pueblo
de Dios en camino, a los hombres y mujeres de nuestra querida América Latina y
el Caribe.
Nos ha unido el deseo de reavivar el espíritu de la V Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano y Caribeño, realizada en Aparecida en 2007, en
sintonía con las anteriores Conferencias Generales y teniendo en el horizonte el
Jubileo Guadalupano en 2031 y el Jubileo de la Redención en el 2033.
Confesamos que es Jesucristo Resucitado quien nos ha convocado una vez más y,
como en Aparecida, nos ha hecho reconocernos discípulos misioneros de su Reino,
enviados a comunicar por desborde de alegría el gozo del encuentro con Él, para que
todos tengamos en Él Vida plena (cf. DAp 14). Desde entonces, Jesús nos acompaña
en la tarea emprendida de repensar y relanzar la misión evangelizadora en las nuevas
circunstancias latinoamericanas y caribeñas. Tarea que nos ha comprometido en un
camino de conversión decididamente misionera, para someterlo todo al servicio de
la instauración del Reino de la vida (cf. DAp 366). Propósito en el que avanzamos y
que requiere de mayor responsabilidad pastoral. Sueño profético al que el Señor hoy
nos confirma y anima a vivir caminando juntos, guiados por su Espíritu.
Con gran alegría hemos vivido esta Asamblea como una verdadera experiencia
de sinodalidad, en la escucha mutua y en el discernimiento comunitario de lo que
el Espíritu quiere decir a su Iglesia. Hemos caminado juntos reconociendo nuestra
poliédrica diversidad, pero sobre todo aquello que nos une, y en el diálogo nuestro
corazón de discípulos se ha vuelto hacia las realidades que vive el continente, en sus
dolores y esperanzas.
Constatamos y denunciamos el dolor de los más pobres y vulnerables que sufren el
flagelo de la miseria y las injusticias. Nos duele el grito de la destrucción de la casa
común y la “cultura del descarte” que afecta sobre todo a las mujeres, los migrantes
y refugiados, los ancianos, los pueblos originarios y afrodescendientes. Nos duele el
impacto y las consecuencias de la pandemia que incrementa más las desigualdades
sociales, comprometiendo incluso la seguridad alimentaria de gran parte de nuestra
población. Duele el clamor de los que sufren a causa del clericalismo y el autoritarismo
en las relaciones, que lleva a la exclusión de los laicos, de manera especial a las
mujeres en las instancias de discernimiento y toma de decisiones sobre la misión de la
Iglesia, constituyendo un gran obstáculo para la sinodalidad. Nos preocupa también
la falta de profetismo y de solidaridad efectiva con los más pobres y vulnerables.
Por otro lado, nos llena de esperanza la presencia de los signos del Reino de Dios, que
llevan por caminos nuevos a la escucha y al discernimiento. El camino sinodal es un
significativo espacio de encuentro y apertura para la transformación de estructuras
eclesiales y sociales que permitan renovar el impulso misionero y la cercanía con los
más pobres y excluidos. Vemos con esperanza la Vida Religiosa; mujeres y hombres
que viviendo contracorriente dan testimonio de la buena nueva del Evangelio, así
como la vivencia de la piedad popular en nuestros pueblos.
Esta Asamblea es un kairós, un tiempo propicio para la escucha y el discernimiento
que nos conecta de forma renovada con las orientaciones pastorales de Aparecida y el
magisterio del Papa Francisco, y nos impulsa a abrir nuevos caminos misioneros hacia
las periferias geográficas y existenciales y lugares propios de una Iglesia en salida.
¿Cuáles son entonces esos desafíos y orientaciones pastorales que Dios nos llama a
asumir con mayor urgencia? La voz del Espíritu ha resonado en medio del diálogo
y el discernimiento señalándonos varios horizontes que inspiran nuestra esperanza
eclesial: la necesidad de trabajar por un renovado encuentro de todos con Jesucristo
encarnado en la realidad del continente; de acompañar y promover el protagonismo
de los jóvenes; una adecuada atención a las víctimas de los abusos ocurridos en
contextos eclesiales y comprometernos a la prevención; la promoción de la
participación activa de las mujeres en los ministerios y en los espacios de discernimiento
y decisión eclesial. La promoción de la vida humana desde su concepción hasta la
muerte natural; la formación en la sinodalidad para erradicar el clericalismo; la
promoción de la participación de los laicos en espacios de transformación cultural,
política, social y eclesial; la escucha y el acompañamiento del clamor de los pobres,
excluidos y descartados. La renovación de los programas de formación en los
seminarios para que asuman la ecología integral, el valor de los pueblos originarios,
la inculturación e interculturalidad, y el pensamiento social de la Iglesia como temas
necesarios, y todo aquello que contribuya a la adecuada formación en la sinodalidad.
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Renovar a la luz de la Palabra de Dios y el Vaticano II nuestro concepto y experiencia
de Pueblo de Dios; reafirmar y dar prioridad a la vivencia de los sueños de Querida
Amazonía; y acompañar a los pueblos originarios y afrodescendientes en la defensa
de la vida, tierra y sus culturas.
Con gratitud y alegría reafirmamos en esta Asamblea Eclesial que el camino para
vivir la conversión pastoral discernida en Aparecida, es el de la sinodalidad. La
Iglesia es sinodal en sí misma, la sinodalidad pertenece a su esencia; por tanto, no
es una moda pasajera o un lema vacío. Con la sinodalidad estamos aprendiendo a
caminar juntos como Iglesia Pueblo de Dios involucrando a todos sin exclusión, en
la tarea de comunicar la alegría del Evangelio, como discípulos misioneros en salida.
El desborde de la fuerza creativa del Espíritu nos invita a seguir discerniendo e
impulsando los frutos de este acontecimiento eclesial inédito para nuestras Iglesias
y comunidades locales que peregrinan en América Latina y el Caribe. Nos
comprometemos a seguir por el camino que nos señala el Señor, aprendiendo y
creando las mediaciones adecuadas para generar las transformaciones necesarias
en las mentalidades, en las relaciones, en las prácticas y en las estructuras eclesiales
(cf. DSD 30).
El itinerario pastoral que tenemos frente a nosotros nos guiará en el proceso de
conversión misionera y sinodal.
Damos gracias al Señor de la Vida y a todas las personas que han hecho posible
la realización de esta Asamblea y los ponemos bajo la protección de la Virgen de
Guadalupe que acompaña con su ternura de madre el caminar de la Iglesia en este
continente. Le encomendamos los frutos de este acontecimiento eclesial, y pedimos
su intercesión para que con valentía y creatividad lleguemos a ser una Iglesia en
salida, sinodal y misionera que el Señor espera de nosotros, porque todos somos
discípulos misioneros en salida.
Dado en la ciudad de México, el 27 de noviembre del Año del Señor 2021.
ORACIÓN DE CONSAGRACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE.
«¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre?
¿No estás bajo mi sombra y resguardo?
¿No soy la fuente de tu alegría?
¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?
¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?
Con la confianza que nos inspiran tus tiernas palabras,
venimos hoy a tus pies como discípulos misioneros del Evangelio
a presentarte los frutos de nuestra Asamblea Eclesial de Latinoamérica y el Caribe.
El Espíritu Santo ha abierto nuestro ser a sus novedades
y nos ha regalado una profunda experiencia de la sinodalidad.
Él nos inspira como Iglesia misionera, en salida,
a soñar junto a San José, tu esposo,
nuevos caminos de identidad y liberación,
y de cuidado de toda vida.
Desde la Patagonia al norte de México,
Desde el Atlántico hasta el Pacífico,
Desde las Antillas hasta los más altos nevados de los Andes
Desde lo más profundo de nuestra intimidad
hasta los más bellos gestos samaritanos,
¡Somos todos tuyos Madre Santísima!
Los rostros de estas niñas y niños
representan los millones de rostros que embellecen
tu América Latina y el Caribe.
Cada rosa recoge las súplicas y alabanzas
de miles de rosarios que entonamos
fervientemente en cada país del continente.
Abrázanos, Madre, Maestra, Misionera del Amor sin medida.
Escúchanos, socórrenos, intercede por nosotros.
Ayúdanos a vivir la alegría del Evangelio,
para que, hermanos todos, cantemos ¡Alabado seas Señor!
y contigo, las Maravillas del Señor. Amén.