Capítulo 10.
Miller refresca los temas abordados en la obra. Señala que ha buscado preguntarse los cómo y porqués detrás de las tragedias humanas; se ha preguntado sobre las responsabilidades. Pero sobre todo se ha preguntado sobre las responsabilidades nacionales. Porque las naciones más que por Estados están compuestas por pueblos, con identidades, culturas y valores propios.
Pensando el concepto de cosmopolitismo, este concepto está arraigado en los individuos que no tienen apegos por una y otra cultura, por ejemplo. Pero esta idea se sostiene en un orden en que hay sociedades conminadas a mantener sus identidades nacionales firmes.
En ese sentido, el autor resalta que el argumento central del libro es que la identidad nacional conlleva responsabilidades nacionales.
“Por el hecho de identificarnos con compatriotas, compartiendo sus valores, recibiendo los beneficios que la comunidad nacional provee, estamos involucrados en responsabilidades colectivamente en las cosas que la nación hace”. (p.265)
Por eso, no es viable el argumento de que el cosmopolitismo asume que la pertenencia a una nación particular es una característica arbitraria que no tiene ninguna relación con la vida de la persona. Por eso, tampoco es posible decir que la justicia global es igualitarismo global.
Al mismo tiempo, la responsabilidad nacional es un arma de doble filo. Por un lado, justifica las ventajas de algunas sociedades. Por otro, sirve para reclamar por daños pasados. Entonces, mientras sirve para justificar desigualdad, también lo hace para combatirla.
Para atender estos pasivos, propone el concepto de “mínimo global” , que es un set de derechos humanos básicos protegidos para todas las personas que no amenazan las diferencias nacionales.
¿Requiere la justifica global más que la protección de los derechos humanos básicos de la sociedad? Por ejemplo, el comercio internacional y las inversiones plantean retos en ese sentido. Usualmente se argumenta que esto retos no pueden resolverse a nivel interno o nacional, que se requieren instituciones regionales o globales. Entonces, surge la cuestión sobre la autodeterminación de las naciones y esta pareciera volverse un lujo, dice el autor (p.268).
Sin embargo, la cooperación voluntaria internacional que exige este modelo también implica que las naciones deseen cooperar y estén listas para asumir sanciones. Y aún así, una autoridad global con poder puede ser más efectiva. La fuerza de la responsabilidad nacional es que no se obliga o fuerza a la gente a hacer algo, sino que naturalmente lo hace sin sacrificio.
El autor subraya que sí es posible una justifica global, que no es pesimista al respecto. Sin embargo, para ello es necesario darles los medios a las naciones pobres y darles las responsabilidades de poder salir adelante por ellos mismos. Esto requiere un nuevo orden internacional.
“…nuestra responsabilidad primera es crear un orden internacional en el que las sociedades que son actualmente pobres puedan elegir sus senderos de desarrollo que les van a permitir salir de la pobreza…” (p. 275)
El autor observa, no obstante, que este acercamiento genera una brecha de justicia. ¿Por eso hay que olvidarse de la justicia global? No, esta brecha sí se puede cerrar asegura el autor. Para ello, las relaciones entre los países pobres y ricos necesitan cambiar.
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