Uno de los componentes ontológicos del ser humano es la libertad. Tenemos la capacidad de hacer elecciones, es decir que podemos decidir qué camino seguir. Podríamos decir que el ser humano es la encarnación de la libertad.
A su vez, uno de los componentes ontológicos de la libertad es la incertidumbre. En la elección (ejercicio práctico de la libertad) no hay certezas. Cada paso que el ser humano da está envuelto en la penumbra de la duda. Como seres inteligentes poseemos la probabilidad (la medida de lo posible) pero no tenemos la certeza. Así, podríamos decir, que uno de nuestros componentes ontológicos es la duda. Dudamos porque somos libres.
La duda está íntimamente unida a la capacidad de elegir. Es por eso, por la incertidumbre humana, que la libertad es temible. Estamos sometidos a la responsabilidad de nuestras elecciones. Los hechos que resulten de la opción que escojamos, producto de la meditada reflexión o del impulso momentáneo, son nuestra responsabilidad. Y como no tenemos la certeza de lo futuro inmediato, avanzamos, cada instante, inmersos bajo la sombra de la duda.
Cada paso que damos es un paso de ciego caminando en una selva peligrosa y misteriosa.
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