Not all of them are like the famous windmills that make the landscape of La Mancha the perpetual memory of our most international knight-errant, Don Quixote of La Mancha, which, if you know or remember history, you confused with terrible giants against whom you had to fight honorably to rid the world of its evil influence. The majority, above all, abundant throughout the length and breadth of that Cantabrian Coast, where the Celtic influence was so powerful that the Christian missionaries were never able to completely eradicate it, have long since seen their happy times of work pass, when the rhythm Uninterrupted use of the powerful grinding wheel reduced the fruit of the crops to dust, especially wheat and corn, turning the flour into generous white gold, which would form part of the essential diet of the people of the surrounding towns and villages, giving It also gave rise to a subsistence trade that allowed those who worked as millers to earn good wages.
Anchored, however, on the banks of many rivers and streams, whose destiny, in this case, also ends up dying, like the sun every sunset, in the waters of the Atlantic and eternally retired, except in the case of timely demonstrations to a tourist every most curious day to learn more about the ancient methods of life and subsistence of their ancestors, the mills are also an example of functional architecture, which, similar to the artisan methods, but remarkably effective, applied in the rural construction technique that characterizes the soul of the vast majority of our people, they are part, indisputably, of our not always respected and preserved cultural heritage.
No todos son como los famosos molinos de viento que hacen del paisaje de la Mancha el recuerdo perpetuo de nuestro caballero andante más internacional, Don Quijote de la Mancha, que, si conocen o recuerdan la historia, confundiera con terribles gigantes contra los que había que combatir honorablemente para librar al mundo de su maléfica influencia. La mayoría, sobre todo, abundantes a todo lo largo y ancho de esa Cornisa Cantábrica, donde la influencia celta fue tan poderosa que los misioneros cristianos nunca pudieron erradicar del todo, hace tiempo que han visto pasar sus alegres tiempos de labor, cuando el ritmo ininterrumpido de la poderosa muela reducía a polvo el fruto de las cosechas, sobre todo trigo y maíz, convirtiendo en generoso oro blanco, la harina, que habría de formar parte de la alimentación esencial de las gentes de los pueblos y aldeas de alrededor, dando lugar, también, a un comercio de subsistencia que permitía ganar sus buenos jornales a los que oficiaban de molineros.
Anclados, no obstante, a la vera de muchos ríos y riachuelos, cuyo destino, en este caso, termina también muriendo, como el sol cada atardecer, en las aguas del Atlántico y jubilados eternamente, salvo en caso de oportunas demostraciones a un turismo cada día más curioso por conocer más sobre los antiguos métodos de vida y subsistencia de sus antepasados, los molinos son, también, un ejemplo de arquitectura funcional, que, a semejanza de los métodos artesanos, pero notablemente eficaces, aplicados en la técnica constructiva rural que caracteriza el alma de la gran mayoría de nuestros pueblos, forman parte, de manera indiscutible, de nuestro no siempre respetado y conservado patrimonio cultural.
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