Nepomuceno decidía quién era Gobernador
Tamaulipas, 18 de junio de 2015. A la plaza de la colonia Reserva Territorial Campestre llegó el Gobernador Egidio Torre Cantú acompañado de una comitiva que encabezaba el alcalde de Reynosa, José Elías Leal. Estaba allí para inaugurar 8 calles recién cubiertas con concreto hidráulico. Una se llamará Juan Nepomuceno Guerra, en honor al “Padrino”, el más famoso contrabandista de whisky y tequila del estado desde los años 30, que mudó al tráfico de drogas en los años 60 y puso la primera piedra del poderoso Cartel de Golfo: la herencia que dejó en manos de su sobrino Juan García Ábrego, conocido como “El Barón de las Drogas”.
Como casi todas las historias de los más antiguos carteles en México, el relato de familia es el hilo que traza el camino de los grandes capos mexicanos de la droga. Abrego es uno de ellos. El poder que alcanzó este narcotraficante en Tamaulipas en los años 80 y 90, estuvo precedido por el control que ya ejercía su tío Nepomuceno en el estado, sobre toda la clase política local y más allá.
“Capo desde su juventud, el viejo Nepomuceno Guerra era respetado por los políticos tamaulipecos. Aseguran que quien quería ser gobernador de Tamaulipas primero debía pactar con el llamado ‘Padrino de la Mafia’. Así era en esos tiempos y así sigue siendo. Es una regla hasta ahora respetada por los mafiosos en el poder”, escribió el periodista Ricardo Ravelo.
La influencia y el poder que Juan N. Guerra cultivó a lo largo de 5 décadas de actividades ilícitas en Tamaulipas las heredó Ábrego para hacer del Cartel del Golfo una de las organizaciones criminales más poderosas en México, con operaciones en al menos 6 países, responsable del tráfico de al menos 20 por ciento de la cocaína que entraba a Estados Unidos y ganancias que rondaban los 200 millones de dólares al año, según cálculos de las autoridades estadounidenses.
Del contrabando a las drogas
Juan Nepomuceno Guerra había comenzado en el contrabando de alcohol desde los 14 años, junto con sus hermanos Arturo y Roberto, en la época de la Ley Seca en Estados Unidos (la Ley Volstead). A otro lado de la frontera llevaban tequila y wisky, y de regreso traían dólares, electrodomésticos, llantas y otros artículos.
Para finales los años 30, cuando la Ley Seca ya había sido derogada en EU, agregó a su negocio las casas de apuestas, el robo de autos, el tráfico de indocumentados, la compraventa de armas y, después, el tráfico de marihuana y “adormidera”, como llamaban entonces al opio.
Tamaulipas no podía competir con Sinaloa en la cosecha de marihuana y amapola, pero había suficiente para surtir el incipiente negocio que Guerra inauguraba apenas cumplidos los 30 años.
A partir de ese momento comenzó a tejer una amplia red de influencia política que traspasó las fronteras de su estado y alcanzó a la más alta esfera del poder político mexicano. Con su cobijo, se convirtió en uno de los hombres más poderosos de Tamaulipas. Su influencia era tanta, que en 1963 colocó a su hermano Roberto Guerra como jefe de la Oficina del Fiscal del estado. Luego el hijo de éste, también de nombre Roberto, fue alcalde de Matamoros en 1984.
Los vínculos de Nepomuceno con el poder le garantizaron impunidad en sus negocios ilícitos y en otros crímenes. Casado con una actriz de nombre Gloria Landeros, dicen que la mató a balazos por celos cuando la encontró hablando con otro hombre. El juez, sin embargo, determinó que había sido un “terrible accidente”. Luego, en su legendario bar Piedras Negras, de Matamoros, mató a un comandante de Aduanas de nombre Octavio Villa Coss, hijo del legendario general Francisco Villa. Tampoco hubo consecuencias. Nepomuceno pasó sólo unas horas tras las rejas, mientras arreglaba el pago a uno de sus colaboradores para que asumiera la culpa.
Para entonces, “El Padrino” ya tenía a su lado a su sobrino Juan García Ábrego, a cargo de alguno de sus negocios. Dicen que fue él quien lo convenció de entrar al negocio de la cocaína como socios del cartel de Cali, de los hermanos Rodríguez Orejuela. A Nepomuceno no le convencía la idea porque consideraba que ponía su nombre en la mira de las autoridades de Estados Unidos, pero la oferta de los colombianos lo tentó: 50 por ciento de las ganancias por ayudarlos a pasar la cocaína por la frontera de Texas. Para entonces, Colombia ya era el epicentro del tráfico de drogas y los carteles sumaban cada vez más pérdidas por las rutas del Caribe.
Nepomuceno aceptó el trato y dejo en manos de Ábrego el negocio, que muy pronto se convirtió en la más rentable de sus empresas criminales y en el origen del llamado Cartel de Tamaulipas, el primero que traspasó las fronteras al comercializar droga en al menos 6 países.
Violento y supersticioso
Juan García Abrego nació el 13 de septiembre de 1944 en el rancho La Puerta, de Matamoros, en Tamaulipas. Hijo de agricultores, apenas terminó la secundaria para dedicarse al campo, como su familia, y luego trabajar para su tío Nepomuceno.
Por razones desconocidas consiguió la nacionalidad estadounidense en 1965. De acuerdo con el expediente que de él guardan las autoridades de Estados Unidos, en el condado de Cameron, en Texas, había incluso una fe bautismal a su nombre.
La doble nacionalidad jugó a su favor a la hora de incursionar en el tráfico de drogas, pues le facilitó el cruce de la frontera para sus negocios. Pero también propició una acelerada extradición a Estados Unidos cuando fue detenido en 1996.
De la mano de su tío Nepomuceno, se inició muy joven en el robo de autos, el tráfico de marihuana y, después, de cocaína. De su carácter violento se supo muy pronto dentro de la organización, cuando mandó asesinar al ex novio de una de sus amantes porque la seguía frecuentando, y al novio de una de sus hermanas al que le había prohibido buscarla. También dicen que mandó matar a un técnico que instaló mal el aire acondicionado de su casa… Leyendas de capo. Como aquellas que aseguran que sólo mandaba matar los días 17 por superstición, o que protegía a un grupo de narcotraficantes llamados los “narcosatánicos”, que supuestamente realizaban sacrificios humanos, según la información conocida luego de su detención en 1989.
En su negocio mandó a matar a uno de los más poderosos narcotraficantes de Tamaulipas, Casimiro Espinoza Campo, “El Cacho”, con quien se dividía el control del tráfico de cocaína para su cartel. Pero Ábrego quería todo el poder y lo mandó asesinar. Tamaulipas era todo suyo: paseaba, se exhibía en los partidos de béisbol, a bordo de sus lujosos automóviles, acompañado siempre de sus sicarios y sus mujeres, aunque siempre rehuyó la foto pública.
A su tío Nepomuceno no le gustaban “sus modos”, pero lo dejaba hacer. El negocio ya era suyo y bajo su mando el cartel de Matamoros se extendió y se convirtió en una poderosa organización criminal que tomó el nombre del Cartel del Golfo.
De acuerdo con el investigador Eduardo Guerrero, experto en seguridad, el éxito de su organización se debió a que aprovechó tres activos. “El primero de ellos es la privilegiada ubicación geográfica de Tamaulipas: una larga frontera con Estados Unidos y cuatro de los cruces fronterizos más activos del país (Matamoros, Miguel Alemán, Nuevo Laredo y Reynosa); posee una extensa franja costera escasamente vigilada y es el punto más cercano entre Estados Unidos y los puertos del Pacífico y la frontera sur. El segundo activo fue la sólida red de complicidad con autoridades de todos los niveles que su tío construyó durante cinco décadas. Y el tercero fue que García Ábrego compensó la desventaja de que Tamaulipas no fuera un gran productor de drogas por medio de un acuerdo altamente provechoso con los colombianos”.
Crimen y política
Con García Ábrego ocurrió lo que su tío Nepomuceno previó desde un principio. Su éxito en el negocio de las drogas lo colocó en la mira de Estados Unidos, que en 1995 lo incluyó entre los 10 más buscados por el FBI. Tuvo el “honor” de ser el primer narco mexicano en entrar a esa lista, que le dio más notoriedad de la que ya tenía.
En la prensa mexicana se hablaba de su dominio, de sus “negocios” para lavar dinero y sus relaciones con políticos. Entre ellos, Raúl Salinas de Gortari, hermano del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, quien lo visitaba frecuentemente en su casa de Monterrey, en Nuevo León, según crónicas de la época.
También contaba con la protección del policía más famoso y rico de la época por sus vínculos con los carteles: Guillermo González Calderoni, subdirector entonces de la Policía Judicial federal, encargada de perseguir a los capos de la droga. Con todos hizo “amistad” y Ábrego no fue la excepción. De acuerdo con los testimonios conocidos en su juicio en Estados Unidos, el capo le pagaba al policía entre 7 mil y 10 mil dólares por su protección al cruzar droga.
Pero la presión de Estados Unidos obligo a que las autoridades mexicanas tuvieran al menos que aparentar que lo perseguían. Así crearon en 1993 un equipo especial de 50 agentes para detener a García Ábrego. Uno de sus operativos, dirigido por González Calderoni, se llevó a cabo en una casa de la Colonia del Valle, municipio de San Pedro Garza García, en Monterrey, que pertenecía a Juan Nepomuceno Guerra. El resultado: nada. No hubo detenidos ni droga o armas incautadas.
Las tímidas acciones de la policía mexicana no debían preocuparlo mucho. De acuerdo con el testimonio de Oscar López Olivares, “El Profe”, quien trabajó de piloto de García Abrego y testificó en su contra en Estados Unidos, el capo ya había sido detenido y liberado en dos ocasiones. Y una más en 1984, en Texas, donde las autoridades lo aprehendieron por robo de auto.
La suerte de García Ábrego acabó al concluir el sexenio de Salinas de Gortari.
El final de la leyenda
El Gobierno de Ernesto Zedillo no pudo comenzar peor en diciembre de 1994: con una crisis económica sin precedentes, el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas, y precedido del asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio y de Francisco Ruiz Massieu, un alto político del oficialista PRI.
“La administración de Zedillo requería un golpe de autoridad”, escribió Eduardo Guerrero en su artículo “El dominio del miedo” en la revista Nexos. De modo que emprendió la cacería de García Ábrego y la dejó a cargo de su procurador Antonio Lozano Gracia. “La captura de García Ábrego significaría también una ruptura con el gobierno anterior, sobre el cual existía la sospecha de que había protegido al capo”, anota Guerrero.
En la Procuraduría General de la República (PGR) se organizó un equipo de 15 elementos de élite que trabajaron en coordinación con agentes de la DEA. Entonces se dijo incluso que, acosado, Juan García Ábrego se había comunicado con la PGR para negociar su aprehensión, en agosto de 1995, a cambio de ciertos beneficios como conservar una parte de su fortuna y que su familia no fuera molestada.
Con la “Operación Leyenda”, las autoridades finalmente lograron la detención de García Ábrego, el 14 de enero de 1996, en su rancho de Villa Juárez, Nuevo León. No hubo un solo disparo.
Al día siguiente fue extraditado a Estados Unidos, donde había más de 100 cargos en su contra. No quiso colaborar con las autoridades estadunidenses como informante y su sentencia fue de 11 cadenas perpetuas por delitos contra la salud.
Al momento de su detención, las autoridades le calcularon una fortuna de más de 2 mil millones de dólares, negocios de autotransporte, una fábrica de acero y una planta empacadora de carne en Monterrey, entre otros. Sus ranchos sumaban una extensión total de unas 24 mil hectáreas, donde había ganado de registro y caballos de carreras. Su favorito era “El Tejano”, un purasangre que inspiró hasta corridos.
A la fecha, “El Barón de la Droga” permanece preso en una cárcel conocida como ADX, en Florence, Colorado.
A su caída siguió una etapa de caos en la estructura del Cartel del Golfo, que concluyó cuando tomó el liderazgo Osiel Cárdenas Guillén, quien empezó vendiendo drogas en su taller mecánico. Con él se rompió el lazo de familia que tejió el poder del cartel fundado por Juan Nepomuceno Guerra, quien murió viejo, rico y en libertad, en el 2001.