N/A: El presente poema ha sido inspirado por la obra "Bartleby, el escribano" de Herman Melville.
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Ahí va el desdichado,
cabizbajo, ceniciento.
Pobre diablo,
que de diablo sólo la fama,
con la templanza justa
y la constancia de una estatua.
Ahí va, o estuvo
siempre está,
mortecino.
Su languidez en pena
reside cual voluntarioso prisionero,
inamovible, imperceptible.
No protesta
y su aliento no se altera
perdido hacía ya mucho en su ensueño.
Entre castañas y papeleo
se hunde
se consume
se hace polvo.
Sus huesos imperturbables
se disuelven en el rocío indiferente
y los reclamos superiores.
Cómo quisiera despertarlo
antes de que se acabe la sonata
y ese suspiro resbale de sus labios.
¿Es que no lo ven?
¿Qué le sorprende, señor?
Nadie lo notó,
tan claro como el cielo
y las lágrimas corren.
Alma sin alma,
ausente de este plano.
Nunca aquí,
a veces allá,
escapista honorable.
¿No lo sabe, señor?
Él ya estaba muerto.
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