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Los pétalos de las lilas bajo la lluvia lucen tan frágiles, tan delicados y efímeros. Cierro la cortina y respiro; inspiro hondo, tratando de calmar así los turbados pensamientos que me inundan. La lluvia cae y fluye tras la ventana, puedo escucharla aun sin verla, como puedo sentir el tiempo pasar a través de mí sin siquiera notarlo. Recapitulo a modo de película lo que hice en el día, revisando la cinta de imágenes para comprobar que no hubiese cometido algún error. Nada parecía fuera de lugar. Pienso que soy feliz entonces. Tan perecedera es esa sensación como lo son las lilas, como lo son los sueños.
No me cuestiono qué es la felicidad, realmente; no quiero hacerlo. Sé que soy feliz cuando estoy a tu lado, cada momento que celosa y limitadamente compartimos. ¿Es uno feliz al presenciar la felicidad del otro, o se debe acaso a la satisfacción de saber que algo se ha hecho bien para conllevar a tal resultado? No lo sé. Yo soy feliz cuando sonríes. Pero tu sonrisa no está ahí siempre. ¿Quién es feliz en ese momento? Alguien más, en alguna otra parte del mundo, seguramente.
El salpicar de las gotas contra el vidrio armoniza con los mudos latidos del reloj. Exhalo; ha pasado una eternidad. Todos se preocupan porque las lilas no se sequen, pero nadie se detiene a pensar en lo que pasaría si, por el contrario, se ahogaran. ¿Qué será de las lilas cuando sus pétalos sean devastados por la cruel llovizna? ¿Qué será de los sueños cuando lleguen a su fin? O qué será de mí cuando me ahogue. Y qué será de ti sin mí, que presencie tus sonrisas y sea feliz por ello. Seguramente sonreirás de nuevo. Seguramente las lilas vuelvan a florecer. Pero yo..., yo soy los pétalos caídos. Y los sueños volcados. ¿A dónde iré?
Ralentiza, detente, rebobina. El vacío me persigue como una bruma dense y asfixiante, de la cual trato de huir sin verdadero propósito. Es lo que uno debe hacer para ser feliz eternamente. Debe pretender, debe ocultar, debe disfrazar la bruma y suponer que las delicadas florecillas nacerán de nuevo tras la lluvia. A veces diluvio, a veces llovizna. Lo que nadie le dice a la flor es que sus pétalos son prestados, apéndices que la fuerza del transcurrir le arrebata tarde o temprano. Y si un pétalo se cae, crece otro; y si un sueño se acaba, otro le sucederá. En un universo donde nada permanece no puedo ser mío eternamente. No me pertenezco, la felicidad no nos pertenece. Le pertenece a tu sonrisa, donde yo resido y me regocijo y existo. Y, cuando se va, me voy también. Pero si se queda, nada asegura que yo estaré ahí.
El tiempo está más allá de la línea de la vida, surcando el horizonte. Las horas y los días y los años cumplen su ciclo y llegan a su fin. Mi aliento se irá con el día. Tu risa se irá con la luna. Los pétalos se irán con la lluvia. El dios Cronos permanece, invicto. Aún cuando he caminado lejos de la ventana, él no se mueve. Y siguen las horas. Lilas que caen sobre los pétalos de la lluvia.
Quiero ser un niño, ser la lila, la cortina o la lluvia. Quizás el vacío desaparezca si no soy yo, o tal vez me sede doquiera que vaya y sin importar en lo que me convierta. Dime, entonces, ¿qué será de ti sin mí? Si mi calor se extingue, si mi juventud se agota, si mis pétalos caen o si mis sueños expiran. Si la nada es lo que perdura, y el tiempo lo arrastra todo consigo, ¿qué quedará de mí? Soy eterno hoy, conmigo, con mi felicidad fugaz y los débiles pétalos de las lilas. Hoy seremos jóvenes por siempre, hoy viviremos hasta el amanecer. Mañana, la lluvia no estará más; ni las flores, ni mi felicidad. Ni tu sonrisa. Nada.
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