Las cartas no están a mi favor:
tengo un as, un par de reinas
y dos bajas que no sirven para nada.
Mis contrincantes hablan con seguridad,
sus miradas son duras, frías, calculadoras.
Decisivos, colocan sus fichas sobre la mesa
mientras yo sudo la gota gorda,
intentando no temblar.
En mis bolsillos no quedan más monedas
Y temo regresar a casa sin más
que mi orgullo destruído; y hambre,
mucha más de la que tengo en este momento.
Quisiera pedir silencio… y un segundo eterno
para considerar todas las posibilidades.
Mas los caprichos tampoco pueden ganar.
El tiempo se agota y los humores esperan ansiosos.
Tengo a mi madre en el oído izquierdo, protegiendo;
a mi padre en el derecho, impulsando al vacío.
Y yo… aprieto los dientes. Cierro los ojos. Respiro.
Las cartas no están a mi favor…
Quizá mis adversarios no lo saben.
Quizá su suerte es peor que la mía
y sólo apuestan actitud.
O quizá su suerte es cien veces mejor
y la batalla está perdida desde el inicio.
En todo caso, es mi turno: jugar… o retirarme.
Y los nervios están a punto de quebrarse.
Vacío mis bolsillos sobre la mesa
y miro a los otros directo a los ojos:
No vine aquí para abandonar el juego
Sino para perder la nada que ya es mía.