Un vendaval estéril
con su tibio sabor amatista me toca la cara,
la muerde,
la lame
esparciéndole
una caricia desnuda a mi rostro.
Desdichándole la visión,
hundiendo mis pupilas
en mares de leche,
evitando que pueda ver la filigrana de su eco.
Ese que ha dejado su exhalar somnoliento
después de haber articulado
el esbozo de una sonrisa quieta.
Su disonancia sondea mi nuca,
desgonzándola
con su soez lengua que me ahorca
como soga en cuello,
como cinturón en caderas,
como los gritos de los buhoneros
que no sé si venden trigo,
o sus gritos,
o sus palabras,
o su alma de timadores.
Autor: Luis Bello.