Mi caballería andante

Mientras me aniquilo en el súbito sueño de tu pensar, llego a la profunda e irremediable conclusión de que he sido un cobarde. Soy un cobarde.
Sería una desvergüenza referirme a ti en pasado, incluso si se hablara del pretérito dentro de mis inquietudes. Lo aprendí mientras intentaba no tenerte miedo, sin saber siquiera que podía ser posible.

Bajo mi sumisión, apelaré a las palabras que nacen de la premeditación. Porque, asumiré la cobardía de ser un literario empedernido con ínfulas de escritor, para consolidar lo que no hace falta consolidar. Apelaré a ti, y al recuerdo que me concurre y balancea dentro de los límites del ser-vulnerable. Sobre todo al café en color nítido y brillante, que me mira sin compasión a mis vicios y hace espléndida la resaca.
Dos soles ahumados que, eventualmente me proyectan a contraluz de la inminente necesidad de abrazarlos. Como la nube más alta abraza la esfera más brillante, o como se superpone la luna entre tu lucidez. Es el color café, en principio, todo mi ser ante ti.
Que me llaman loco, al intuitivamente considerarte tan mío como yo me he estimado a tu merced.

Por semanas me lo he creído. Me he hecho a la idea de que, estoy condenadamente desquiciado ante el pesar de tu incertidumbre.
Me lo ha dicho tanta gente ya, que se hace imprescindible el malestar. Consumé pues, la realidad de un niño que soñó demasiado cuando tuvo la oportunidad, inquieto bajo los héroes de novela y las doncellas en aprieto como Don Quijote y su caballería andante. Miguel de Cervantes había recreado entonces, la secuela más predecible de la historia.

Pero luego estás tú, con el furor de los tres mosqueteros juntos, cabalgando lo que de pronto sería mi moral y luces. Todo mi existencialismo ante lo que represento y concibo. De repente, dejo de ser Quijote, para ser Milady de Winter y conceptualizar lo que el egoísmo superpone ante el razonamiento.
Me hace despertar, de un vuelco entero, de la imperiosa voz que me dice ‘cuídame’ para emprender el vuelo más alto. Y concretar lo poco compatibles que serían Cervantes y Dumas, si de trilogías se tratase para esta historia poco estructurada que tenemos.
En resumidas cuentas, me permite justificar mi cobardía entre decirte lo encantado que estarían mis personajes literarios de cuidarte, incluso bajo la soberana hegemonía de Milady, que supone la expectación ante lo que soy y lo que somos. Lo que quiero y lo que quieres. Lo que doy, e indudablemente, lo que no das.

Y es que, cuánto miedo no podría sentir Quijote de perder a Rocinante incluso en la batalla más ardua, o D’Artagnan ante el constante subestimar de valentía por convertirse en un mosquetero. O Hermione, que globalizaba la amistad como una prioridad intrínseca bajo su propia necesidad del pelirrojo.
Cuánto miedo no puede sentir un niño que soñó demasiado, para dejar de soñar, y convertirse en un caballero andante de todas formas.

Cuán grande se haría mi confesión.
O mi cuidado.
O mi interés.
O incluso, mi propia incertidumbre.

AUTOR, GERARD MONCADA. DERECHOS RESERVADOS.