Cada vez son más los niños y adolescentes que dejan sus casas y escuelas para proveerse en la calle del sustento que no le pueden dar sus familias. Es un fenómeno sin cifras precisas pero que deja huellas por doquier.
Por lo menos 70 muchachos están en las calles de Chacao y se ha hecho frecuente su presencia como vendedores y mendigos en el bulevar de Sabana Grande. Entre las voces de los buhoneros en esa zona, unas destacan por su intento en hacerse notar por encima del ruido con que comienza el día. Son voces agudas de niños, que en vez de entonar el Himno Nacional a las 7:00 am en los colegios, afinan sus gargantas para vender donas, agua, café, cigarrillo, pedir dinero y comida.
Martín, de unos 7 años de edad y cabello desteñido, recorre el bulevar acompañado de una única frase: “A 100 bolívares el cigarro”. Francisco, un poco más grande, también se une. Antes de salir a la jornada habían compartido una empanada. La secuencia de los mordiscos sobre la masa rellena de queso la siguen con los ojos de cada uno, como asegurando equidad.
Con el estómago medio lleno y a fuerza de gritar más alto, en minutos Martín logra la primera venta del día. No habla con nadie y pocas veces se deja ver el rostro. Se limita a entregar el cigarrillo, recibir el dinero y ofrecer un encendedor. Así sobrevive en las calles de Caracas que son su nuevo hogar y el de por lo menos otros 70 niños que contabilizó en enero la Policía Municipal de Chacao, a través de la unidad especializada en niños y adolescentes. “Estos son los que hacen vida diurna, en la noche son otro tanto. Las cifras son alarmantes. Este grupo pertenece al abordaje que se realizó en el Sambil, el CCCT y la zona de Chacaíto. No se incluyen en esta cuenta los que hacen vida en Los Palos Grandes, Altamira y La Castellana”, señala el oficial Horacio López, que coordina la unidad especial.
En los consejos de protección también han percibido el aumento en la presencia de niños solos en las calles. Emperatriz Pasarella, consejera en Chacao, señala que la oleada actual es diferente a la que en décadas pasadas vivió el país: “La diferencia desde hace 15 años es que hay 500% de niños más en la calle. Estamos hablando de que antes existían realmente chamos en situación de calle, que estaban desprendidos de un medio familiar. Los de ahora sí tienen familia y casas. Están en la calle porque el grupo familiar no tiene cómo garantizar sus necesidades básicas. Algunos están incluidos dentro del sistema educativo, pero necesitan la calle para buscar dinero y alimentos”. Con la venta de cigarrillos detallados, niños como Martín o Francisco pueden reunir entre 20.000 y 30.000 bolívares al día entre lo que piden y lo que logran vender.
La presencia de niños deambulando en Chacao es tan evidente que a mediados de enero se realizó una asamblea de vecinos en la plaza de Los Palos Grandes para tratar la problemática. En el encuentro la presidenta del Consejo Municipal de Derecho, Gloriana Faría instó a la comunidad a no dar dinero a los niños, pues considera que eso los mantiene en la calle y les crea el hábito. La recomendación forma parte de una campaña que se ha desplegado en las urbanizaciones con volantes. Faría señala que es preferible que las personas hagan donaciones a programas que atiendan a esta población.
En el municipio Sucre también han registrado un aumento. La situación arropa a casi toda Caracas. Una fuente del consejo de protección de Libertador, aunque no reveló cifras, aseguró que la frecuencia de reportes de niños en situación de calle es diaria. “Esos índices han aumentado. Esto es evidente cuando uno transita por la ciudad. Hay niños pidiendo por la calle y en los centros comerciales. En los recorridos que hemos realizado, más que dormir en la calle, están pidiendo, hurgando en la basura en compañía de adultos. Otras veces solos”, señala.
En Baruta tienen contabilizados 300 indigentes entre adultos y niños que habitan a la intemperie en el municipio. “Son personas que forman grupos familiares. En ocasiones las madres dejan solos a sus hijos, pero los vigilan desde lejos”, asegura la consejera de protección Jeslia Vergara. En El Hatillo, o al menos en la zona urbana, todavía no se ha hecho evidente el fenómeno. Sin embargo, en noviembre siete niños provenientes del municipio Libertador deambulaban por el centro comercial Paseo El Hatillo. “Decían que tenían hambre, que venían porque allí les daban dinero y comida. Se les garantizaron los derechos básicos y se hizo el traslado”, informó la consejera Rosenny Liccioni.
Parque Central. Sigilosamente tiran de la manga o pantalón de quienes se encuentran haciendo cola para comprar pan o alguna chuchería. El contacto causa una respuesta inmediata. Se asustan. De pronto la persona se encuentra rodeada por cuatros niños menores de 8 años de edad. Son ágiles para zafarse, pero lo suficientemente tiernos para salir casi siempre del lugar con algo para comer. Alberto, de 5 años de edad, mira fijamente a quien acaba de comprar un pan y galletas. Se hace nudos en la franela y las muecas van a parar en una ligera sonrisa. Así obtuvo dos polvorosas, una para él y otra para su hermano Francisco, de 8 años de edad.
La dificultad para conseguir alimentos y su alto costo ha sacado a los niños y adolescentes a la calle para buscar lo que en sus hogares y colegios ya no es posible encontrar. En diciembre se debían disponer de 544.990,78 bolívares para la canasta alimentaria familiar, la cifra es del Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros. “Hay un incremento en la presencia de niños en situación de calle que está relacionado con el problema para conseguir alimentos. Antes iban a la calle por violencia intrafamiliar y explotación laboral infantil, ahora es el hambre. No hay suficiente comida en los barrios que garantice que ellos permanezcan en casa”, explica Leonardo Rodríguez, director de la Red de Casas Don Bosco.
El jueves 19 de enero estos dos hermanos pasaron la mañana y la tarde recorriendo los pasillos de Parque Central. En una de las panaderías, Alberto se inclinó sobre la vidriera y comenzó a contar los dulces. “Todo esto es mío, mío, mío”, dice mientras repasa con el dedo cada uno. “Yo estudio en las mañanas, él no va al colegio porque no tiene cuadernos”, explica el mayor. Pero es mediodía y está sin uniforme. Dicen que viven en San Agustín y que sus padres están en casa. “Trabajamos con la moto de mi tío. Yo llevo a la gente y Alberto vigila la moto. Ganamos 10.000 bolívares para comprar la bolsa de comida”, comenta. Ese día desayunaron arroz y plátano. Almorzaron empanada, galletas y la mitad de un té que les regalaron. Los comerciantes del lugar dicen que desde finales de año Alberto, Francisco y otros más van pidiendo en cada establecimiento del complejo residencial.
Chacaíto. Nancy ya asoma líneas de mujer. Tiene los labios pintados de rojo, suéter y zapatos del mismo color. En su cabello se acumula la suciedad y el enredo del día a día en Chacaíto. Con una cola gruesa logra controlarlo. No quita la mirada del piojo que camina por la cabeza de su hermano Luis de 14 años de edad, aunque tiene la estatura de un niño de 7 años. Lo pesca y lo saca. Ambos compartían una tizana una mañana de enero. Estaban sentados en las escaleras de una de las salidas del Metro. “En el día buscamos comida en la basura. A veces rescatamos dulces que botan en las panaderías y si están buenos, los vendemos. Las personas también nos regalan cosas y dinero”, dice el muchacho.
El mes pasado cumplieron un año viviendo en la calle, un año desde que dejaron de estudiar. Dicen que no quieren volver a casa, porque los maltratan. Han aprendido a lidiar con la rudeza de la calle. “Lo más difícil de estar en la calle es dormir. Hemos pasado frío, pero creo que no regresaríamos a casa”, dice la muchacha. Ya han encontrado otra familia: “Cuando alguien intenta abusar de nosotros nos unimos y nos protegemos. También nos cuidan otras personas que aunque no son nuestra familia es como si lo fueran”.
Junto con otros 38 niños guardan sus cosas y pasan la noche en la jardinera de la Torre Forum, en El Rosal, un edificio de oficinas que ya se ha habituado a su presencia, aunque en varias ocasiones han llamado a la policía y a los consejeros de protección para desalojarlos. “Tenemos nuestras sábanas y cartones. Nos levantamos temprano y cada quien por su lado sale a buscar qué consigue para comer. Después de eso nos encontramos en los dos banquitos que están aquí y nos quedamos echando broma con los demás del grupo. Hasta que nos vamos a dormir porque después los ‘pacos’ se ponen fastidiosos. Y eso que nosotros no robamos a nadie, aunque a veces algunos del grupo se ponen a inventar y después nos joden a nosotros”, cuenta Nancy.
En el artículo 117 de la Ley Orgánica de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes, se establece la definición, objetivos y funcionamiento del Sistema de Protección. Se trata de un conjunto de órganos y servicios que coordinan las políticas, programas y acciones destinadas a la protección y atención de la población infantil y adolescente en situación de pobreza o afectados por otras circunstancias. Sin embargo, en la práctica tales programas y políticas no funcionan o son insuficientes.
“Las pocas instituciones que hay están colapsadas por la falta de recursos para adquirir alimentos e insumos. Hay programas como los de Negra Hipólita que trabajan con la indigencia, pero solo atienden a adultos. Cuando hemos contactado a la Misión Niños y Niñas del Barrio o la de Hijos de Venezuela, para incluir a los muchachos en esos programas, no tienen cupo”, señala la consejera de Chacao.
Les corresponde a los concejos, tanto el ámbito municipal y estadal, y al Instituto Nacional de Derechos del Niño y Adolescente (Idenna) hacer el abordaje y financiar los programas. Por falta de recursos financieros y de personal la labor se dificulta. Las casas de abrigo temporal no tienen cupos, lo que ha obligado a algunos consejeros a darles alojamiento en sus casas a los niños mientras localizan a sus familiares. “A veces nos llegan aquí cuatro niños y se llama a todas las instancias y no tienen una respuesta. El sistema de protección está en crisis”, dice la consejera Rosenny Liccioni.
La red privada suma 87 casas hogares en todo el país, señala Rodríguez, de las Casas Don Bosco. El 2 de agosto de 2016, representantes de esas instituciones se reunieron en lo que llamaron Asamblea de Entidades y Programas de Protección a Niños, Niñas y Adolescentes y plantearon la problemática a Carolina Cestari, entonces viceministra de la Suprema Felicidad, ente rector del Sistema, quien recientemente fue designada jefa de gobierno del Distrito Capital “Todos le expresamos lo mismo. La dificultad de acceso a alimentos e insumos. Hasta el momento el gobierno no ha creado un programa que garantice la alimentación de los niños institucionalizados y hospitalizados. Más de 5.000 niños están en casas hogares en todo el país. Ese número se va a disparar por la cantidad de niños en la calle. Estamos en un limbo”. Hasta el momento no han recibido respuesta.
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