Quería tener la certeza si después de muchos años había encontrado a su verdadero hijo, perdido en tiempos de violencia, cuando separaban a los descendientes de sus padres.
El papá le pasó una pistola, con la cual había jugado cuando era pequeño, el joven admiró el colt caballo, miró de reojo la bombilla prendida de la sala, apuntó al árbol que dejaba ver la ventana, luego bajo el arma, la madre sonreía, de un momento a otro volvió a levantar el arma de fuego y disparó, la mamá cayó muerta. De esta forma su padre supo que era él, el hijo perdido, a quien buscó durante tantos años. Lo abrazó, le dijo que después del entierro de su madre le haría una fiesta de bienvenida.
La clave para descifrar que este niño era su verdadero hijo, fue cuando observó a su primogénito empuñar la pistola con la mano izquierda, como lo hacía él mismo cuando fue bandolero, cuando sintió el odio que irradiaba su hijo contra el ser que lo llevó durante nueve meses en su vientre, odio que heredó de su padre contra la joven de dieciséis años al huir para no dejarse practicar un aborto.