Ilustración: Martha Arango
Y se abrieron los ojos como ventanas al mundo que enmohecidas estuvieron cerradas durante mucho tiempo; el reloj comenzó la marcha y la luz del sol embravecía poco a poco, los retoños de los árboles y capullos de flores empezaron su danza de creación como en un final de deshielo invernal en la víspera de la primevera. La vida comenzaba a sentirse, escucharse, verse, respirarse y saborearse como si fuese el único origen existente en la edad del universo, pero no era más que mi universo interno que renacía en un intento de descubrirlo todo por primea vez, así estaba yo descubriendo la vida de afuera en perfecta armonía con mi espíritu recién emergido de la más absoluta reminiscencia de la infancia, con dulce olor a caramelo y matizado con tonadas de Mozart que mi padre me hacía escuchar al descuido.
Ahí estaba yo ese día en el que cumplía apenas 47, mientras pensaba en todo lo que me faltaba por vivir y descubrir, de cuantas cosas sin importancia me había lamentado, cuanta energía había malgastado, cuanta vida se había cansado de esperar por mí en alguna esquina, mientras yo corría tras quimeras utópicas sin que me percatara de ello, entonces, decidí vomitar de mis entrañas toda la hiel que fue ganando espacios, mis espacios internos, toda la desidia por mi provocada el los pálidos días de frío espectral donde mi alma estuvo a punto de morir de desnutrición y mi cuerpo sometido al mas cruel abandono.
Y desperté de pronto de un letargo para alinearme con mi fuerza interna y redescubrir la vida, sus paradigmas, sus bondades, mis bondades, reconstruir mi universo, amoblar nuevamente mi espíritu, y regalarme el aire limpio para respirar cada segundo, mi alma está de fiesta estrenando amaneceres.
Bienvenidos a la fiesta que es mi vida
Se hizo silencio y de un solo soplo apague un montón de velas y aun no se fue mi alma de niña... aun tengo deseos de soñar.
Martha Arango