Experimentando con la perdida

in relacion •  6 years ago  (edited)

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La probabilidad de lograr cualquier cosa en la vida es de 50–50. Tú decides. Conocimiento «común».

Estaba pasando sobre este puente. Desde pequeño pasaba por aquí con mi padre y mi hermano menor. Mi papá siempre me decía que no me quedara atrás, pues yo me paraba a mitad del puente observando el paisaje. Un ancho río de agua azul oscuro pasa por debajo. Era la fuerza tremenda de aquella corriente, las rocas contra las que chocaba, el sol saliendo justo en el punto del horizonte donde el agua y el cielo se unían, lo que llamaba mi atención. Aunque había algo más, «Pero ¿qué?», me preguntaba.

Para cuando lo descubrí, ya no importaba.

– ¡Camina Juan! — gritó mi papá.
Mi hermano iba agarrado de su mano; yo por mi parte prefería no hacerlo, y no es que me molestara, solo que yo soy el mayor. Un error de mi parte. Recuerdo que mi hermanito siempre discutía conmigo, decía que él era mayor y por supuesto me enojaba. Solo éramos dos niños. Lo cierto es que ahora definitivamente soy el mayor, y nadie me discute ya en eso. «Ojos aguados».
Camino a nuestra escuela, camino a nuestra casa, al mercado, prácticamente para llegar a cualquier lado debíamos cruzar este puente y a mí me encantaba, ¿sabes? Siempre disfrutaba con ver salir el sol. Menos los domingos. Los domingos no era necesario ir a ningún lado. Ese día mi mamá preparaba el mejor desayuno que cualquier humano pudiera probar, mi padre contaba chistes mientras comíamos, todos nos reíamos a carcajadas; eran las mismas bromas de siempre, pero a nosotros nos gustaban.
Un día me levanté temprano antes que todos, y tenía un presentimiento. Era el día de mi cumpleaños, pero eso era también en lo que menos pensaba, algo iba a pasar, algo hermoso. Mis padres entraron a mi cuarto sonrientes con una torta de cumpleaños, con catorce velitas. Era día de clases, así que no tardamos mucho en salir al colegio. Todo el camino hasta el puente, mi padre me llevó de la mano junto a mi hermano y, bueno, aunque me sentía un poco incómodo, parece que a él le gustaba. «Si algo bueno sucedería hoy, está comenzando a manifestarse», pensé. Al llegar a la mitad del puente me detuve y ellos siguieron caminando. Lo sabía, algo maravilloso iba a suceder ese día, y cuando me paré a disfrutar del paisaje lo vi. Era el mejor sol, cielo, agua, montañas y suburbios que había visto, como nuevos, recién sacados de un paquete hermético. Eran los colores, el aire fresco, las rocas húmedas y musgosas.
De verdad que no sé cuánto tiempo pasé admirando aquella obra de arte. Mi padre no me apresuró, no había dicho nada, supuse que él sabía lo mucho que me gustaba ese lugar. Lo único que me sacó de mi letargo fue el ruido de unos pasos acercándose rápidamente. Volteé y una mirada se cruzó con la mía, un hombre delgado con una chaqueta rasgada y manchada, tenía la cara demacrada, parecía asustado. Solo volteó a mirarme medio segundo, tomó una decisión y siguió corriendo en dirección a mi barrio. No le presté demasiada atención, era el mejor día, y además en esta ciudad la gente siempre estaba asustada.
Me propuse que debía apurarme. Dirigí mi mejor sonrisa a los dos que me esperaban, pero mi papá no estaba, o más bien sí. Mi hermanito estaba arrodillado junto a él, que estaba tendido en el suelo sobre un costado.
— ¡No! — grité con el corazón estrujado contra mi espalda.
Salí corriendo pensando que se había desmayado, como cualquier hijo que ve a su padre inmóvil en el suelo. Recuerdo que a gritos le dije a mi hermano que fuera a la casa y le dijera a mamá que llame una ambulancia. Pero no me hizo caso. Y habría preferido no saber por qué, ¿entiendes? Habría preferido estar en otro lugar, que no hubiésemos ido al colegio ese día, que siguiéramos celebrando mi cumpleaños, estar en casa comiendo juntos, y reír con los únicos chistes que mi padre sabía, y que definitivamente no estuviéramos en este puente.
Golpeé, grité y lo apreté contra mi pecho, lo repetí, varias veces, decenas de veces, pero él no se levantaría, porque las marcas de algo punzante lo atravesaban del estómago a la espalda; una, dos, tres, cinco hendiduras habían dejado a mí padre sin vida. Mi hermano tenía la camisa rota, no tenía sus zapatos y sus medias de superhéroes se empapaban de rojo.
— ¡Maldita sea! — grité — . Quién pudo haberle hecho esto a mi padre incluso con su hijo pequeño viéndolo. ¡Maldita sea! —Y recordé a ese hombre de aspecto estupefacto, si sabes a lo que me refiero.
Para resumir, nunca volví al colegio ni a nada parecido. Desde ese día hasta hoy pienso en lo que hubiera pasado si no hubiese visto ese hermoso paisaje, si más bien odiara este puente, si los colores se tornaran más bien opacos, ¿sabes? Lo cierto es que no he visto un paisaje así desde entonces. Nuestra casa no escuchaba más risas.
Pero cinco años después nos encontrábamos mejor. Lo superamos, por decirlo de alguna manera. Mi madre siguió preparando el mejor desayuno los domingos. He trabajado muy duro para mantenernos. Pero hace seis meses mi madre consiguió un mejor trabajo, y eso era justo la oportunidad que yo estaba esperando, no podía dejarlos así. Yo era su sostén.
¿Que por qué iba a dejarlos? Bueno, la cosa es que dos meses antes de que mi mamá consiguiera el empleo sucedió algo que no esperaba. Una mañana del pasado junio, no sé qué día, yo iba a la carnicería donde trabajaba, acompañaba a mi hermano al colegio y, como siempre, no podíamos evitar que «el agua se nos metiera en los ojos», ¿sabes? «Se sonroja». Quería destrozar el puente, yo ya no estaba interesado en el paisaje. En ese momento, con los ojos húmedos ya, vi a aquel hijo de puta. Nos pasó por un lado. Miré a mi hermano, era obvio que no lo reconoció. Se veía mucho mejor, mejor ropa, mejor semblante, pero seguía siendo la misma cara. Qué tranquilo, qué bien le había tratado la vida, qué injusto. Deseé matarlo. «Le voy a hacer sufrir como hizo con mi padre», pensé, pero ahí estaba mi hermano, pues caminando conmigo, llevando el mismo peso que yo. ¿Qué harías tú en mi lugar? No necesitábamos otro asesino. Además, tenía que trabajar para mantener a mi familia, no podía dejarlos solos e ir a la cárcel.
— ¿Y si la justicia tampoco se aplicara a mí? — había dicho sin querer.
— ¿Qué? — preguntó mi hermano.
— Nada — No debía pensar en eso.
Dos meses después mi madre llegó con la noticia.
— ¡Hijo! — Estaba realmente feliz — . Tengo una buena nueva que de seguro te va a gustar. Conseguí un empleo, uno mucho mejor en un hotel en el centro. Ahora podrás continuar tus estudios, no tienes que seguir en ese horrible trabajo de carnicero, todos ven con malos ojos a los carniceros. Son sucios, brutos y toscos. Compraremos ropa nueva, todo volverá a ser como antes.
Eso no podía ser, nada podía ser como antes pero, como te dije, era la oportunidad que estaba esperando. Le sonreí, de verdad estaba feliz por ella, pero no seguiría estudiando. Las piezas enteras de carne que bajaba del camión, el mazo con que las ablandaba y el cuchillo, afilado a precisión quirúrgica, hicieron bien su trabajo. Ya no tenía la sutileza propia del hombre que estudia. Mi madre no insistió mucho con el tema.
Las cosas comenzaron a mejorar y comíamos algo más que carne todos los días. Mi hermanito, que ya tiene quince años, lleva los libros y cuadernos completos, aunque a esa edad no es algo que le complazca, pues, pero se ve más alegre… Ya siento que lo extraño.
Ahora solo me quedaba una cosa por hacer: encontrar al tipo que me arrancó de un tajo lo que más admiraba y… no soy un asesino, pero mi sangre no dejaba de hervir, la sangre de mi padre pedía venganza. Pasaron días que no volví a ver al desgraciado. Hasta que hoy en la mañana, estaba haciendo mi trabajo en la parte de atrás de la carnicería con dos compañeros, cuando el timbre del despacho sonó. Discutimos sobre quién atendería. Creo que deberían contratar a alguien que se encargue de atender a los clientes, porque si es por nosotros el local se iría a la quiebra. Por alguna razón siempre termino saliendo yo. Cuando atravesé las tiras de plástico que cubren la entrada, me encontré a un hombre con la cara roja y tambaleándose. Estaba notablemente ebrio. No me gusta la gente ebria, ¿sabes? Mi padre no tomaba y yo tampoco. Pidió unos cuantos kilos de carne de la mejor calidad, no se quejó por el precio. Olía horrible a alcohol, aunque no parecía mala persona, y hasta me invitó a ir por unos tragos a su casa, dijo que dos prostitutas lo esperaban y que no podía con ellas él solo. Por otra parte, no se encontraba en la mejor condición para manejar, no era esa la carnicería que buscaba, y parece que había llegado de milagro. Me reí por dentro, tenía que seguir trabajando y eso no era lo mío. Estuve a punto de decirle que no… pero de repente me di cuenta, la felicidad que había vivido recientemente me hizo olvidar. Era él.
— ¿Sabe qué? Sí, quiero despejar la mente un poco. — le dije.
Me quité el delantal, lavé mis manos y me fui sin decirle a nadie. Nos subimos a un Mercedes del año, yo haciendo de chofer. ¡No podía creérmelo! Este hombre era rico, nada le faltaba, nada le importaba. La ley no pudo hacer nada, jamás lo encontraron, y aquí estaba bebiendo buen licor. Pero algunas veces la vida sí es justa. No quiero entrar en detalles con las posesiones de este señor, pero, brother, te digo que la casa del tío de Will en Bel-Air era una choza delante de esa.
Total que entramos y en seguida sacó una botella de su mejor whiskey. Hice lo posible para que no viera mis ganas de matarlo. Entre tragos, cuentos, risas forzadas de mi parte y mamadas de sus prostitutas, se pasaron las horas. Se hizo de noche y había llegado el momento, ya estábamos borrachos, aunque yo en realidad boté disimuladamente casi todos mis tragos.
— ¿Alguna vez has matado a alguien? — le solté.
— ¿Qué clase de pregunta es esa? ¡Por supuesto que no!
— Aún no te acuerdas de mí — dije — , pero quizá recuerdes a mi padre en el puente, a mi hermano al que le quitaste los zapatos, quizá recuerdes lo que hiciste hace cinco años, malnacido.
Sus ojos se abrieron como platos, lo hubieses visto, todo lo que ese hombre daba por sentado se derrumbó. Entonces saqué el cuchillo que había guardado en mi media — un riesgo que debía tomar — y se lo clavé una, dos, tres. Cinco veces.
— — — — — — — — — — — — — — * * * * * — — — — — — — — — — — — —
— Salí corriendo de allí, estaba asustado. No me siento bien con lo que hice, pero me siento satisfecho, ¿sabes? Corrí, corrí y seguí corriendo, aun cuando mis músculos se llenaron de ácido de batería y me ardían. Y llegué de nuevo a este puente. Ahora estoy pensando en mi madre y mi hermano. No los veo desde esta mañana, deben estar preguntándose dónde estoy… Estoy cerca, mami. — El agua comenzaba a entrar en sus ojos. — Espero que disculpen mi egoísmo.
Recostados de la baranda, donde nos encontrábamos, miramos hacia abajo. No se veía más que negrura, pero las grandes piedras seguían ahí, se oían rugir contra el agua.
— Luego me subí a la baranda y me dejé caer — me dijo Juan después de un rato y aún meditabundo.
— Me dijiste que me contarías una historia de la vida real.
— ¿Y quién dice que no lo es?
— Los hechos. Tú no estás muerto, ¿o sí?
— Simplemente no esperaba encontrarme con un escritor en busca de una historia. Y menos a estas horas de la noche. No sabía lo peligrosa que puede ser esa profesión — Se rió — . Gracias por esto, bro. Cuéntale a mi hermano por favor, quiero que sepa que maté a ese bastardo.
Juan se subió a la baranda. ¡Yo me quedé helado! Y se dejó caer…

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