Sus dedos apenas rozaban la pluma, la balanceaban suavemente sobre el inmaculado papel que crujía y esperaba con vehemencia la suave caricia de la tinta.
En la quietud del bosque podía escuchar el rumor constante de los diálogos, de la agonía de sangre, y de la traición clamando por escapar. Sentía todo el peso de la trama pujando por salir a borbotones y disolverse en palabras sobre el papel. Sí, claro que los oía. Ella conocía los personajes y también todos los giros internos de sus historias; eran su creación. Sin embargo, prefería esperar paciente: la risa cómplice, la brisa de otoño o el silencio temprano que indicara, sin dudas, el momento perfecto de comenzar otra obra; de otorgarles VIDA.
Ella, era escritora y ése, era su mundo.
Este mini relato es de mi autoría. Aquí dejo el enlace:
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