El Cadejo Negro de Izalco.

El sol se oculta, las horas pasan, las calles de Izalco quedan desoladas, un hombre camina silencioso rumbo a su casa luego de saciar sus locas pasiones en un burdel de la localidad, continua su caminata mientras siente un escalofrió intenso, se detiene enciende su cigarrillo y vuelve su mirada atrás, a lo lejos se nota una figura difusa, parece un perro enorme de color negro que no logra distinguir debido a que la luz de las lámparas se apagan y encienden.

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Decide retomar su camino, esta vez con más ímpetu, después de unos minutos las luces dejan de parpadear y se siente más relajado voltea su mirada hacia atrás y nota más distante la misma figura tenebrosa caminando hacía el, pero las lámparas se apagan una a una al estar en presencia de este extraño ser. El corazón se agita y la respiración hace notar el intenso miedo que aquel hombre siente al ver en aquella bestia ojos intensos como brasas encendidas, sus extremidades fuertes ceñidas de músculos fusiformes y grandes garras, ¿será un perro pensó? Atemorizado decidió correr lejos de aquella extraña criatura.

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En su angustia recordaba las historias del Cadejo, un espíritu enviado por el mismo diablo para castigar a los hombres de su aldea, el sudor se tornó helado al pensar en aquellos desdichados hombres que fueron encontrados despedazados por este temible ser.

Miró otra vez tras sus pasos y la veloz criatura estaba más cerca de él, metió su mano en su bolsillo tomó su revólver rápidamente y realizó un disparó certero, pero al extraño ser no le hizo ningún daño. Corrió hacia la Iglesia que estaba al otro lado del parque, la puerta se abría despacio a su llegada, intentaba sofocar su angustia lanzando gritos de socorro, al llegar al umbral de la entrada dio un fuerte salto, mientras ingresaba escuchó un temible rugido y sintió como su espalda era desgarrada, miró detenidamente al Monge que cerraba la puerta y las luces encendidas del templo mientras perdía la conciencia.

El día siguiente el hombre despertó asustado, el Monge intentaba tranquilizarlo pues el médico del pueblo terminaba de curar sus intensas heridas, junto a estos se encontraba el historiador quien esperaba escuchar las palabras del primer sobreviviente del espeluznante Cadejo.
Fin.