La posibilidad de que Hood fuera héroe o malhechor no me inquieta por ahora.
Se dice que un utilitarista aceptaría los robos de Hood en el entendido de que la felicidad de los beneficiarios pobres es un bien mayor que la pérdida de los ricos perjudicados. También se sostiene que, desde un extremo contrario, Kant condenaría las acciones de Hood, opuestas a los postulados del imperativo categórico.
Esas divagaciones filosóficas tampoco me preocupan porque son ulteriores a una cuestión más importante que me está quitando el sueño: la pregunta sobre quién es Hood.
Hood se nos presentó como un forajido que robaba a los ricos para dar a los pobres. Por curiosidad y diversión lo seguimos hasta el bosque, donde nos escondíamos para asaltar correos y diligencias. Hood estaba robando a los ricos, pero no estaba dando a los pobres. No nos importó mientras nos repartiera nuestra parte del botín.
Después nos enteramos de su enemistad con el sheriff de Nottingham. ¿Cómo podía un plebeyo ser enemigo del sheriff? Para que se ofendieran debían de haberse conocido en persona.
Mientras planeábamos preguntarle por la génesis de esa enemistad, un hombre que asaltamos en el camino lo reconoció como antiguo compañero suyo; fueron soldados en las Cruzadas.
Comenzaron a llegar rumores de que Hood era un héroe de noble cuna, que había luchado en la Tercera Cruzada junto al rey Ricardo Corazón de León. Cuando regresó a Inglaterra encontró sus tierras ocupadas por el sheriff de Nottingham. El sheriff tenía la protección del príncipe Juan sin Tierra, a quien apoyaba en sus pretensiones de usurpar el trono a su hermano el rey Ricardo, más empeñado en campañas militares en el extranjero que en gobernar sus dominios. Esa animadversión y la lealtad de Hood al rey explicaban por qué atacaba principalmente los bienes del sheriff y de sus hombres.
Hood era un espadachín y arquero hábil, pero el retrato que teníamos de él cambiaba constantemente. En una versión era aristócrata y en otra terrateniente. Llegó a sugerirse, sin que yo recuerde el fundamento, que era partidario de los principios de la revolución y que se había enfrentado a la tiranía para favorecer a la gente común, lo que nos pareció una imagen radical de alguien que seguía robando a los ricos sin beneficiar a los pobres.
La personalidad de Hood fue siempre una caja de sorpresas. En un instante, el cómico irascible daba paso al astuto que rehuía el empleo de la fuerza.
Pronto sospechamos que su cortesía no tenía que ver con ideales de igualdad y concordaba con las habladurías acerca de su linaje. A veces dejaba escapar ese mirarnos por encima del hombro sin querer. Su liderazgo no tenía nada de subversivo.
Quedó claro que había muchas versiones de Hood, todas ellas encaminadas a forjarse algún tipo de poder con nuestro apoyo.
Todo cobró sentido cuando desenterró su oro para donarlo a la recaudación del rescate para liberar al rey Ricardo, a la sazón prisionero de Leopoldo V, duque de Austria. En compensación, el rey perdonó sus fechorías, le entregó tierras tomadas de los campesinos (poco se sabe si se las estaba devolviendo o dándoselas por primera vez) y le restituyó o le concedió por primera vez un título nobiliario de tan alto rango que es difícil de recordar.
En cuanto a nosotros, quizá fabricamos al Hood que queríamos como se construye el mito del buen gobernante sobre la figura de un candidato que nunca gobernó lo suficiente para merecer tal mito. Ahora sabemos que Robin Hood es un alias común utilizado por ladrones.