Entro a un cultivo de plantas medicinales. En el fondo observo una casa, me dirijo hacia la vivienda, la puerta de entrada está abierta, cierto hombre, desde el corredor, con un ademán de manos me invita a ingresar, el residente permanece silencioso, sirve una emulsión vinagrosa, veo una mujer muerta arrellanada en un mueble, uno, dos tres cadáveres más tirados en el piso, hundo uno de mis brazos en mi epidermis, extraigo un pan, le ofrezco al habitante de la residencia, le sacude migajas de sangre, fragmentos de vísceras, lo lleva a la boca, escupe, este acto me parece insultante, le hago preguntas respecto al virus, no contesta, de nuevo lo interrogo, permanece silencioso.
De pronto el individuo se aleja, quedo solo, salgo, regreso al huerto, atravieso la senda.
Al retornar a la calle me sorprendo de llevar en mis manos un manojo de hierbas curativas, llego a mi posada donde habito solo, preparo una infusión, la consumo, reflexiono, el entorno es triste, desgarra, tiraniza, desconcierta. A través del ventanal presto atención a un perro sin sombra bajo el sol, cruza calles fantasmales, donde hace años no transita ser humano alguno. Cuerpos atraviesan mi cuerpo.